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"El Evangelio según Morena"

"La política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa.". Paul Valéry

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

06/05/2025 14:08 / Uniradio Informa Baja California / Ciencia y tecnología / Actualizado al 06/05/2025

Hay un instante, breve e inasible, en que el poder se mira al espejo y finge no reconocerse. Ese momento ha llegado para Morena, ese partido que, como tantos otros, nació con el fervor de la pureza, con la promesa de no repetir los vicios del pasado, con la voz temblorosa de quien juró ser distinto. Pero la historia —ese animal de memoria implacable— nos recuerda que toda moral escrita desde la comodidad del privilegio tiende a oxidarse con rapidez.

Esta semana, el partido fundado sobre las ruinas de la indignación publicó lo que bien podría ser su propio "decálogo de redención". No más relojes costosos, no más camionetas blindadas, no más vuelos en helicópteros privados ni en la primera clase de los aviones comerciales. No más cenas de quinientos dólares, ni escoltas que rodeen al funcionario como si del César se tratara. Se ha dicho con solemnidad: "Somos un partido del pueblo".

¿De veras?

¿Se imaginan a los nuevos potentados del obradorismo renunciar, sin titubeos, al esplendor adquirido en solo unos años al abrigo del erario? ¿Visualizan a quienes, ayer simples funcionarios, hoy visten trajes de diseñador, desfilar sin pena por las banquetas ardientes del país, sudando el polvo que prometieron limpiar?

Arturo Ávila Anaya, vocero en San Lázaro, recitó uno a uno los pecados capitales: espectaculares, caravanas, joyas, parientes promovidos como delfines políticos... Como quien lee un catecismo frente a una parroquia repleta de pecadores que no se arrepienten. Y sin embargo, algo hay de necesario en este ejercicio de contrición pública, aunque parezca tardío, aunque huela a hipocresía.

No se trata únicamente de renunciar a lo ostentoso, sino de exorcizar la costumbre que el poder tiene de volverse hereditario. Se prohíbe que los hermanos, las esposas, los hijos, los primos, ocupen los cargos que sus familiares dejarán vacantes. Es decir, se le planta cara al caciquismo con un gesto moral que pretende parecer valiente. Pero cuidado: no se trata de impedir que un familiar aspire —eso sería antidemocrático—, sino de frenar la mecánica perversa que convierte al servicio público en un legado familiar. No estamos frente a una revolución ética: estamos, más bien, ante un intento desesperado por frenar la descomposición interna.

La advertencia es clara: quien viole estos preceptos perderá la afiliación. Pero, como en tantas otras ocasiones, el castigo suena más a amenaza retórica que a espada real. ¿Será capaz Morena de cumplir su palabra?

Las cifras ayudan a entender lo que se juega. De acuerdo con el INEGI, entre 2018 y 2024, el número de funcionarios de Morena con bienes patrimoniales superiores a los diez millones de pesos se duplicó. Un informe reciente del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) revela que el 64% de las declaraciones patrimoniales revisadas de legisladores morenistas presenta inconsistencias. Y mientras tanto, el salario promedio mensual en México apenas supera los 10,100 pesos. ¿Cómo explicar a la mujer que vende dulces bajo el sol que su diputado viaja en avión privado en nombre del pueblo?

El caso de la senadora Andrea Chávez, por ejemplo, es revelador. Su postura frente a los nuevos lineamientos —asegurar que no se siente aludida— es un testimonio de cómo, incluso en el centro del huracán ético, algunos se niegan a mojarse. Ha dicho que retiró su imagen de centros de salud, como si eso bastara. Pero el problema no es una lona, es la lógica de la autopromoción, el deseo irrefrenable de usar el dolor ajeno como trampolín electoral.

El problema es más profundo: no se trata de lujos ni de linajes. Se trata de la distancia que crece entre el discurso y la práctica. Porque mientras se pide austeridad, se presume poder. Mientras se invoca al pueblo, se vive como noble. Mientras se predica transparencia, se negocian candidaturas en las sombras.

La carta de la presidente, Claudia Sheinbaum, enviada al Consejo Nacional y leída el 4 de mayo, intenta detener esa hemorragia moral. Pero como todo documento solemne, corre el riesgo de ser leído como literatura de ficción. ¿Quién vigilará que se cumplan estas normas? ¿Quién impondrá las sanciones? ¿Y sobre todo, quién renunciará voluntariamente a los privilegios cuando ya ha probado su sabor?

Algunos dirán que es mejor tarde que nunca. Que estos lineamientos al menos colocan la conversación en otro sitio. Que frenan los excesos, que reafirman principios. Y es cierto: algo de nobleza hay en el intento. Pero no nos engañemos: el poder no se transforma con cartas, sino con decisiones valientes. Y la valentía no se hereda, se ejerce.

Si Morena quiere de verdad ser distinto, tendrá que elegir entre la comodidad del simulacro o el sacrificio del ejemplo. Entre los helicópteros o la tierra. Entre el Rolex o el reloj biológico del pueblo, que late con hambre, que espera justicia.

No basta con decir que no son iguales. Hay que demostrarlo. Porque en esta hora frágil de la historia, donde la política se desangra en redes sociales, lo que importa no es lo que se jura, sino lo que se cumple.

Y hasta ahora, el evangelio según Morena se parece demasiado a las viejas escrituras del cinismo.

¿Estarán listos para escribir una historia distinta?

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente inicio de semana lector.