El silencio que Ovidio romperá
"La corrupción del poderoso no empieza por el dinero que recibe, sino por el silencio que compra." — Antonio Caso
Por Isidro Aguado Santacruz
A veces, la historia se escribe en voz baja, en salas donde los reflectores no iluminan a héroes ni a villanos, sino a hombres que negocian su destino. A las 12:30 horas de un viernes cualquiera, Ovidio Guzmán López, apodado "El Ratón", se declaró culpable ante la jueza Sharon Coleman en Chicago. Cinco veces le preguntó si comprendía las consecuencias de sus palabras. Cinco veces respondió que sí. En ese ritual de solemnidad jurídica se selló, no sólo la confesión de un criminal, sino una promesa implícita: que hablará. Y cuando hable, si lo hace como se espera que lo haga, podría desatar una tormenta que alcance a quienes, desde la aparente respetabilidad de la política, la banca, los consulados y las secretarías, han sostenido con firmeza el andamiaje del narcotráfico mexicano.
No es la primera vez que un narcotraficante se convierte en delator, pero el caso de Ovidio tiene un filo más agudo: su apellido es un sinónimo de impunidad y poder en México. Su extradición, en septiembre de 2023, fue un movimiento geopolítico disfrazado de acto judicial. Hoy, su testimonio amenaza con convertirse en la piedra angular de un relato que podría terminar implicando a funcionarios activos, empresarios prominentes y quizá, si el viento sopla en esa dirección, a quienes han prometido desde el Congreso limpiar la vida pública del país. Los que se sientan hoy en los escaños de la Cámara Baja y del Senado saben que podrían ser mencionados.
Algunos ya se inquietan. Otros —si aprendieron del pasado— ya deben estar preparando sus maletas. Ya lo vimos en el caso de Javier Duarte, gobernador prófugo de Veracruz, capturado en Guatemala. O el de Tomás Yarrington, detenido en Italia y extraditado a Texas por vínculos con el narcotráfico. Casos que parecían aislados, pero que podrían ser apenas el preámbulo.
Ovidio no enfrenta cargos menores. Fue acusado de encabezar el tráfico de cocaína, heroína, metanfetamina y, sobre todo, fentanilo —la droga sintética responsable de más de 75,000 muertes anuales por sobredosis en Estados Unidos, según datos del CDC. Aceptó que utilizó túneles, trenes, aviones y convoyes blindados para cruzar toneladas de droga a través de la frontera. También admitió haber lavado dinero en mercados bursátiles, plataformas de criptomonedas y redes financieras internacionales. Y se comprometió a pagar 80 millones de dólares al gobierno norteamericano. Pero el precio real de su confesión no se mide en dólares, sino en nombres.
Su abogado, Jeffrey Lichtman, el mismo que defendió a Joaquín "El Chapo" Guzmán en 2019, ha sido incisivo. Durante una entrevista, Lichtman señaló que su cliente "fue abandonado por un sistema que nunca persiguió a los verdaderos responsables del crecimiento del Cártel de Sinaloa". Agregó que "si el gobierno mexicano hubiera perseguido con seriedad a Ismael 'El Mayo' Zambada, nada de esto habría ocurrido". Sus palabras son un dardo venenoso lanzado con precisión. Y podrían interpretarse como una advertencia: lo que Ovidio está por contar no sólo es una confesión, sino una acusación contra el Estado mexicano por omisión, tolerancia y colaboración.
El acuerdo de culpabilidad, registrado en los estrados federales, establece que Ovidio colaborará durante al menos seis meses con información "verificable y sustancial" sobre socios, rutas, estructuras y vínculos políticos y empresariales. Su defensa ha solicitado que se desestimen los cargos con cadena perpetua si su cooperación resulta "extraordinariamente útil". Y aquí viene el punto crucial: en la justicia estadounidense, los testimonios tienen peso por sí mismos, incluso si no van acompañados de pruebas documentales. Lo que importa es la lógica interna de la narrativa, su coherencia, su capacidad para encajar con lo ya investigado. Ovidio lo sabe. Y como los viejos operadores del PRI de los años ochenta, sabe también que el silencio se compra caro, pero la palabra, cuando se vende, se vende con intereses acumulados.
México, mientras tanto, parece atrapado en un doble discurso. Por un lado, afirma combatir al crimen con mano firme; por el otro, se ofende cuando los delincuentes hablan y dicen lo que todos sospechaban.
Las reacciones airadas al acuerdo de cooperación reflejan más nerviosismo que indignación. La clase política teme lo que vendrá. No es casualidad que haya comenzado una ola de reformas para blindar judicialmente a ciertos funcionarios, ni que en algunos círculos diplomáticos se barajen ya nombres de quienes podrían buscar asilo o protección fuera del país.
La justicia no siempre se manifiesta en los tribunales. A veces aparece disfrazada de vendetta geopolítica, de negociación diplomática o de testimonio desesperado. Ovidio no es un mártir, ni un traidor. Es un criminal que intenta salvarse. Pero en el intento, puede llevarse consigo a quienes construyeron con él un sistema de poder paralelo, más eficaz y más duradero que muchos partidos políticos. Y eso es lo que aterra a tantos en México.
Donald Trump lo entendió antes que muchos. Al imponer aranceles del 30% a las exportaciones mexicanas, vinculó el comercio con el narcotráfico. Acusó a México de no hacer lo suficiente, de permitir que su territorio se convirtiera en el "campo de juego del crimen organizado". No era sólo retórica electoral: era una advertencia. La política exterior se vuelve un instrumento de presión cuando la justicia local se vuelve cómplice o ciega.
La historia es irónica. En 2019, cuando Ovidio fue capturado y liberado en Culiacán tras una ola de violencia que paralizó a toda la ciudad, el mensaje fue claro: los criminales tenían más poder que el Estado. Cuatro años después, el mismo hombre, demacrado y esposado, se sienta en una corte estadounidense a cambiar su destino. Y en el proceso, podría cambiar el de muchos otros.
La pregunta no es si hablará. Eso ya lo decidió. La pregunta es cuántos caerán cuando lo haga.
Y cuando el silencio se quiebre y los nombres empiecen a rodar, no habrá muro de impunidad que los contenga. Como escribió Antonio Caso: "La conciencia moral no se ahoga en las aguas de la política; flota sobre ellas, como un faro que siempre termina por iluminar la costa". Es tiempo de que México mire hacia esa costa. Aunque la marea que viene sea la más oscura de todas.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente inicio de semana lector.