Lo que se queda
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo."
— Juan Rulfo, Pedro Páramo
Por Isidro Aguado Santacruz
—¿Qué es la vida? —me preguntó una tarde un viejo amigo, mientras el sol caía oblicuo sobre la mesa del café.
—Un préstamo, quizá —le respondí—. Algo que debemos devolver sin saber cuándo.
—¿Y la muerte? —insistió.
—La cita que nadie puede rehusar, pero que algunos confunden con el final.
Nos quedamos en silencio, mirando las sombras alargarse sobre el suelo. Comprendí entonces que hablar de la muerte es, en realidad, hablar de lo que permanece: del eco, del hueco, de la voz que sigue resonando cuando todo parece callado.
Pocas cosas se comparan con el dolor de perder a alguien que amamos. No hay argumento ni consuelo que pueda llenar esa grieta. Pero existe una manera menos cruel de mirarla: entender que el duelo, en su fondo más humano, no es un castigo, sino una forma de amor. Lloramos por quien ya no sufre, y ese llanto —lejos de ser debilidad— es la manera más noble de agradecer que existió.
La pérdida nos desordena. Puede ser la de un padre, una madre, una pareja, un hijo, un amigo, o incluso de aquel animal que nos acompañó con silenciosa lealtad. Cada ausencia tiene su propio lenguaje, su peso, su tono. Y aunque las circunstancias cambien, el cuerpo responde siempre igual: falta el aire, el sueño se escapa, el apetito se borra, y el corazón late con una torpeza que desconcierta.
El duelo no tiene un reloj que marque su fin. No se "supera" en un mes ni se archiva con voluntad. Se habita. Y ese habitar no es rendirse, sino comprender. Comprender que la vida —como decía el viejo Heráclito— nunca se detiene, que todo fluye, que nadie se baña dos veces en el mismo río.
Los antiguos filósofos sabían que la muerte era parte del ciclo natural. Sócrates la miró a los ojos sin miedo; Platón la pensó como tránsito hacia la verdad; Aristóteles la entendió como el límite que hace posible la forma del ser. Desde entonces, la filosofía ha sido un intento por reconciliar a la razón con la pérdida, sabiendo que el pensamiento puede entenderla, pero no curarla. Porque el dolor pertenece a otro reino: el del alma.
Y sin embargo, en esa tensión —entre lo que se comprende y lo que se siente— se encuentra el territorio más humano de todos. La conciencia de que morir no es solo dejar de existir, sino transformar la materia en memoria. Por eso el duelo, cuando se mira sin miedo, se convierte en una manera de cuidar la vida: comer, dormir, reír, recordar, seguir caminando.
Pero hay pérdidas que trascienden lo personal y se vuelven colectivas. El dolor de un pueblo, la nostalgia de una nación que olvida, el silencio de las voces que fueron. Y aquí es donde la literatura se vuelve testigo y refugio.
En un libro breve y poderoso —esa joya que se lee en un fin de semana y se queda para siempre—, Juan Rulfo nos lleva a Comala, un pueblo donde los muertos siguen hablando. No es una historia de fantasmas, sino de memoria. Allí, un hijo busca a su padre y encuentra un país entero hecho de murmullos. Lo que Pedro Páramo nos revela no es la muerte, sino lo que queda después: la voz de los que se fueron, los recuerdos que se niegan a callar, las deudas morales de un pueblo con su propio pasado.
Rulfo nos enseña que la pérdida no es solo ausencia, sino también presencia. Que los muertos siguen conversando en la memoria, en los rincones, en la conciencia de quienes seguimos aquí. Que el duelo, cuando se vuelve palabra, se transforma en esperanza.
El dolor es inevitable; el sufrimiento, opcional. Aceptar esa diferencia es un acto de libertad. Porque vivir —en su sentido más profundo— no es aferrarse, sino aprender a soltar con gratitud. El amor no se mide por cuánto lloramos, sino por cómo honramos a quien partió, manteniendo encendida la llama que nos dejó.
Así que este viernes, lector, lectora, no te invito a huir del silencio, sino a escucharlo. Toma ese libro de Rulfo —tan breve que podrías leerlo en un fin de semana— y déjate guiar por sus voces. Quizá el lunes, cuando cierres la última página, no solo entenderás un poco más la muerte... sino también la vida.
"El autor es escritor, académico, analista político y jurista, cuya obra entrelaza la filosofía, la historia y el derecho. Su pensamiento, lúcido y profundamente humano, explora la fragilidad moral del individuo frente al sistema, y la conciencia social como único camino posible hacia la dignidad y la libertad".