16/09/2025 12:53 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 16/09/2025
"La verdadera independencia no existe, mientras queden resabios de rencor o de pugna, la verdadera independencia es capaz de amistad, de reconocimiento, de compresión y de olvido"_
Por Isidro Aguado Santacruz
Cada 15 de septiembre, plazas y plazuelas, pueblos y ciudades, hierven de voces. La multitud se reúne para escuchar un grito que es más rito que discurso, una mezcla de historia y de emoción. Las banderas ondean, las gargantas repiten el estribillo eterno: ¡Viva México! Y sin embargo, detrás de ese clamor cabe la pregunta: ¿qué celebramos en realidad?
Para algunos, el verdadero padre de la patria fue Miguel Hidalgo, el cura que en 1810 convocó a sus feligreses. Para otros, el mérito recae en Agustín de Iturbide, quien en 1821 culminó lo que Hidalgo había apenas iniciado. Lo cierto es que ni siquiera existe consenso sobre qué significa ese grito.
Se nos ha dicho que México fue conquistado, pero en 1521 no existía un México como nación: lo que nació de aquella guerra fue la Nueva España. Y lo que hoy llamamos patria no apareció sino hasta 1821, cuando se desprendió del imperio español. Les pregunto: ¿qué es lo que aman de México? ¿Los pueblos "mágicos"? Todos virreinales. ¿Las catedrales? Herencia de la colonia. ¿El neoclásico, el barroco? También virreinato. ¿El mariachi, la charrería? Hijos del mestizaje y de España. Incluso nuestra gastronomía es mezcla de ingredientes y tradiciones Virreinales. Solo las ruinas prehispánicas permanecen como recuerdo de lo que existía antes.
La historia que repetimos cada septiembre es cómoda, pero incompleta. Se nos cuenta que Hidalgo, desde Dolores, tocó la campana y gritó ¡viva México! pero no fue él quien la hizo sonar, sino un campesino llamado José Galván. Y tampoco estaba solo: ahí estaban Allende, Aldama, Abasolo y Josefa Ortiz, sin cuya voz de alerta la conspiración habría sido descubierta antes de tiempo. La independencia no fue obra de un hombre, sino de un conjunto de voluntades.
Y conviene recordar otra verdad incómoda: lo que gritó Hidalgo no fue independencia absoluta. Los testimonios de la época repiten lo mismo: ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Muera el mal gobierno! Lo que se buscaba entonces era lealtad a un rey cautivo en España y rechazo al dominio de los franceses, no la creación de una nación libre. La independencia verdadera se alcanzó diez años más tarde, con la espada y la política de Iturbide, aunque la historia lo condenó por haberse coronado emperador.
Así, la independencia mexicana es una narrativa en disputa: liberales enarbolaron a Hidalgo como mártir del pueblo; conservadores defendieron a Iturbide como consumador. Ninguno tenía toda la verdad. Ambos representan partes de un mismo proceso contradictorio, hecho de impulsos, traiciones y ambiciones.
Hoy repetimos el grito como si fuera dogma, pero lo cierto es que la independencia, como escribió Luis Villoro, es más aspiración que realidad. ¿Podemos hablar de independencia en un país con más de treinta mil asesinatos en un solo año? ¿En una nación donde la corrupción corroe las instituciones y el crimen se enraíza en las mismas estructuras que juraron defender la bandera?
Y sin embargo, gritamos. Tal vez porque no gritamos lo que somos, sino lo que anhelamos ser. Cada ¡Viva México! es súplica, esperanza, plegaria colectiva. No decimos la verdad de un país roto, sino la promesa de uno posible.
Este 2025 el grito tendrá un eco histórico que no puede pasar desapercibido: por primera vez, una mujer presidenta lo pronunciará desde el balcón de Palacio Nacional. Ese gesto simboliza el fruto tardío de aquella semilla que Josefa Ortiz de Domínguez ayudó a sembrar en 1810. Entre las voces olvidadas y los héroes incompletos, se abre paso otra voz que grita en nombre de las mujeres silenciadas por siglos.
Y, sin embargo, el peligro persiste: que ese primer grito femenino sea absorbido por la misma demagogia que disfraza el dolor de fiesta. Porque millones de mexicanos siguen sometidos por la violencia, la impunidad y la corrupción. La verdadera independencia no está en los balcones iluminados ni en las plazas colmadas, sino en la capacidad de reconciliarnos con nuestra historia y de arrancarle al presente una justicia que no hemos sabido construir.
La independencia no es un desfile ni una campana repetida como ritual. Es una tarea inacabada que exige memoria y coraje. Tal vez, más que celebrar la gesta del pasado, lo que debemos conmemorar es la patria que todavía podemos rescatar.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengan un excelente inicio de semana lector@s.