22/08/2025 16:51 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 22/08/2025
_"Tecate es un lugar donde lo ancestral y lo moderno conviven, y cada rincón guarda la memoria de quienes caminaron antes que nosotros."_ — Roberto Castillo Udiarte
Por Isidro Aguado Santacruz
Al doblar la esquina de la avenida Juárez, un niño persigue una pelota que se escapa entre las grietas del empedrado, mientras una mujer barría la acera frente a su casa con movimientos pausados, casi rituales. Desde lejos, la escena podría parecer trivial, pero en esos gestos cotidianos se revela el corazón de Tecate. No está en las noticias sobre la frontera ni en los titulares que hablan de inseguridad; está en la rutina de quienes aman, trabajan y sobreviven ahí, entre montañas y viñedos, entre cervezas y panaderías que huelen a levadura fresca.
Tecate nació de contrastes y decretos. Fue parte de la Misión de San Diego desde el siglo XVIII, y en 1833 sus tierras fueron otorgadas a Juan Bandini. Tres décadas después, Benito Juárez decretó la colonia agrícola de Tecate, aunque la ciudad celebró oficialmente su fundación hasta el 2 de abril de 1888. Su nombre, derivado del vocablo indígena Tecatl, significa "lugar de piedras cortantes" o alude a la corteza medicinal de los encinos. Desde entonces, Tecate ha sido testigo de la historia de México: las guerras, las fronteras, la migración, los ciclos de la tierra y de la vida humana. Al norte, la frontera parece un límite, pero no separa del todo. Tecatito, la pequeña localidad estadounidense al otro lado del muro, refleja un México en miniatura: casas humildes, calles tranquilas, negocios modestos, estacionamientos que marcan la economía diaria. Familias, estudiantes y trabajadores cruzan constantemente, llevando consigo historias invisibles que la geografía no logra borrar. La frontera no corta los lazos afectivos, ni la memoria, ni la risa compartida.
El corazón de Tecate se encuentra en el Parque Miguel Hidalgo. Los domingos, el parque se llena de vida: familias que pasean entre bancas y flores, ancianos que juegan bingo y jóvenes que buscan un café mientras escuchan cumbias interpretadas por músicos locales. Allí, la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, construida en 1941, sigue siendo un punto de referencia espiritual y cultural, donde se celebran bodas, bautizos y funerales, hilando la memoria colectiva con la vida diaria.
La economía de Tecate está marcada por la historia y la geografía. La famosa Cervecería Tecate, fundada por los hermanos Fleishman durante la Segunda Guerra Mundial, colocó al pueblo en el mapa global. Sus botellas viajan por el mundo, llevando consigo la identidad de un México que no siempre aparece en los titulares. La vitivinicultura comenzó formalmente en la década de 1920 con las Bodegas San Valentín y Tanamá, y desde entonces los viñedos, ranchos y balnearios no solo generan economía, sino también cultura y recreación. Tecate es un puente entre lo agrícola y lo industrial, entre lo local y lo global, entre la tradición y la modernidad. Pero la realidad no es siempre amable. Tecate enfrenta hoy altos índices de violencia, con un promedio de dos muertos diarios en lo que va del año. Las estadísticas contrastan con la tranquilidad de sus parques y el aroma del pan recién horneado. Aquí se manifiesta la fragilidad humana: la coexistencia de lo maravilloso y lo amenazante, de la esperanza y del miedo. Es un recordatorio de que la belleza de un paisaje no basta para garantizar la seguridad ni la paz social.
La montaña Cuchumá, sagrada para los kumiai, simboliza esta dualidad. Lugar de antiguas leyendas, morada de gigantes según relatos orales y portal de encuentros espirituales, ha recibido desde antropólogos hasta buscadores de la nueva era. Monjes tibetanos, practicantes de yoga, antropólogos y escritores han encontrado allí un espacio para la reflexión y la creación. La montaña es un puente entre lo tangible y lo mítico, entre la historia documentada y la memoria colectiva.
Tecate es también un México de historias humanas: madres que crían a sus hijos mientras trabajan la tierra; jóvenes que buscan educación sin abandonar sus raíces; artesanos que preservan técnicas ancestrales de barro, vidrio y mimbre; panaderos que saben que la textura única de su pan proviene del agua mineral de los valles. La magia de Tecate no está en folletos turísticos ni en eslóganes: está en los gestos diarios, en la hospitalidad sincera, en la solidaridad que se ofrece sin esperar recompensa. El otro México vive en cada acción mínima: en el saludo al vecino, en la sonrisa al desconocido, en la ayuda silenciosa que transforma la vida cotidiana en un acto de dignidad y humanidad. Cada gesto, por pequeño que parezca, contribuye a la construcción de un Pueblo Mágico que existe gracias a quienes lo habitan. La verdadera grandeza de Tecate no está en la fama de su cerveza ni en la notoriedad de sus viñedos, sino en la suma de sus gestos y en la resiliencia de sus ciudadanos.
Tecate también nos invita a reflexionar sobre la frontera y la identidad. Aquí, la nacionalidad se vive y se comparte. Mercados, escuelas, plazas y calles muestran un México que dialoga con el mundo, que resiste la globalización impersonal a través de la tradición, la lengua, la música y la gastronomía. La frontera se convierte en espejo de nuestras contradicciones: riqueza y carencia, modernidad y tradición, violencia y ternura.
La población de Tecate, según el censo más reciente, supera los 108 mil habitantes, con un crecimiento constante desde 2010. Aunque la pobreza extrema es baja, el índice delictivo es elevado, recordando que la vida, incluso en lugares privilegiados, siempre contiene sombras. Tecate nos enseña que la libertad y la seguridad no son condiciones automáticas de la geografía, sino logros que se construyen con esfuerzo y comunidad. Los viñedos, los ranchos y la Rumorosa ofrecen experiencias que conectan al visitante con la naturaleza y la historia: trekking, observación de paisajes, pinturas rupestres, balnearios y actividades al aire libre. Cada espacio es un recordatorio de que la vida en Tecate es un entretejido de lo natural, lo cultural y lo humano. La ciudad no solo es punto de paso: es destino, refugio, memoria y esperanza.
Y así, al doblar la esquina, más allá de las críticas y las burlas, se encuentra un suspiro, una sonrisa, un gesto que nos recuerda que la verdadera magia de Tecate está en vivir con responsabilidad, libertad y humanidad. Entre montañas y viñedos, cumbias y cervezas, este Pueblo Mágico nos enseña que México puede ser otro: un país donde la historia, la memoria y la resiliencia se encuentran para crear lo extraordinario en lo cotidiano.
Tecate es un espejo del otro México: aquel que no aparece en las noticias, que no siempre brilla en los mapas oficiales, pero que contiene la esencia del país: memoria, esperanza y la capacidad humana de encontrar belleza y magia en la vida diaria. Porque la verdadera magia no está en el decreto que nombra a un Pueblo Mágico, sino en la magia que sus habitantes construyen cada día con sus manos, sus sonrisas y su corazón.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.