
29/04/2025 10:48 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 29/04/2025
"Las ciudades también sueñan con ser descubiertas." — Italo Calvino
Por Isidro Aguado Santacruz
Hay ciudades que no nacen, irrumpen. Como las olas que no piden permiso para besar la orilla o los versos que se escriben con la urgencia de lo que se siente y no se entiende. Tijuana apareció así: sin diseño, sin permiso, sin miedo. Ciudad frontera, ciudad herida, ciudad deseada. Y esta semana, mientras los ojos del mundo turístico giran hacia Playas de Rosarito, ese pequeño edén costero donde el mar toca la sierra y el viento lleva acentos de todos los continentes, es Tijuana —mi ciudad, la ciudad de los que llegaron huyendo y terminaron quedándose— la que encuentra, por fin, su espejo.
El Tianguis Turístico 2025 no cayó del cielo: fue ganado. Baja California se lo arrebató al centro, al sur, a los estados que tradicionalmente han monopolizado los escaparates. Ya no todo es Acapulco ni la Riviera Maya. Ya no todo es la postal que repite el mismo paraíso domesticado. Hoy, por fin, el país voltea al norte, al desierto, al cañón, al viñedo, al acantilado, al caos de luces y lenguas que es Tijuana. Y a la calma azul profundo de Rosarito, donde los surfistas conviven con cocineros, pescadores y migrantes que aprendieron a hacer del oleaje una esperanza.
La industria turística representa el 9% del PIB nacional. Pero más allá del dato duro, es una maquinaria de sueños: da empleo, sobre todo, a mujeres, a jóvenes, a comunidades indígenas y rurales. Es una industria de lo humano, del encuentro, de la narración. Y en ningún lugar como en esta franja del país se entiende tanto el arte de recibir al otro como una forma de dignidad.
La apertura del Tianguis comenzó en San Diego, una metáfora andante de nuestra frontera líquida. Entre Tijuana y esa otra ciudad americana que habla español en secreto, no hay muros, solo burocracias. Lo real es el flujo: 300 mil cruces diarios, la metrópoli binacional más viva del continente. En ese ir y venir late un corazón económico, cultural, afectivo. Esta región no es una más. Es un anticipo del mundo que viene: híbrido, mestizo, digital, nómada, resiliente.
En este contexto, el Tianguis no es un acto de promoción turística: es una afirmación de existencia. Tijuana y Rosarito, desde su desorden armónico, desde su belleza no domesticada, desde su vocación de refugio y promesa, tienen hoy la oportunidad de contarse como lo que son: no periferia, sino vanguardia. No excepción, sino síntesis.
Pero para que este relato se vuelva política pública, se necesita más que entusiasmo. Hace falta infraestructura: agua suficiente, manejo digno de residuos, energía limpia, conectividad digital y física, seguridad sin simulacro. Hace falta, sobre todo, voluntad. La presidenta Sheinbaum ha decidido no asistir. Su ausencia pesa. En su lugar, la gobernadora Marina del Pilar y la secretaria federal de Turismo, Josefina Rodríguez, han asumido el protagonismo con una convicción admirable. Ambas entienden que el turismo no es solo un asunto económico, sino una herramienta de cohesión nacional. Una forma de reconciliarnos con lo que somos y, también, de mostrarnos ante el mundo sin pedir disculpas.
Porque invitar a otros a conocer lo nuestro es también aprender a conocerlo nosotros. Es volver a mirar con ojos frescos lo que ya dábamos por sentado. Es descubrir que Tijuana, tan golpeada por los estigmas, es también una ciudad de ciencia, de música, de gastronomía inventiva, de jóvenes que diseñan aplicaciones con acento fronterizo, de muralistas que cuentan lo que la historia oficial nunca se atrevió a escribir.
Y Rosarito, con su luz de atardeceres infinitos, sus calles que huelen a pescado y a esperanza, sus hoteles frente al mar que no han olvidado cómo se sonríe, se alza también como anfitrión natural. No por casualidad, sino porque lo merece. Porque ahí, donde otros ven playa, hay comunidad. Donde otros ven descanso, hay trabajo bien hecho.
Desde hoy, el Tianguis abre sus puertas al público. Y eso, que podría parecer un detalle menor, es en realidad el alma del evento: devolverle al pueblo su ciudad. Que sean los tijuanenses, los rosaritenses, los bajacalifornianos quienes cuenten su historia. Que lo hagan con orgullo, sin vergüenza, con la certeza de que esta tierra, por fin, ha sido mirada con la atención que siempre mereció.
Porque Tijuana no fue fundada, fue deseada. Rosarito no fue diseñado, fue intuido. Y Baja California, esa península que parecía lejana, es ahora el centro de un país que empieza a entender que su futuro no solo está en sus playas más famosas, sino en sus márgenes más valientes.
Que entren todos. Que vean. Que escuchen. Que sientan. Que sepan que aquí también hay belleza. Que aquí también hay país.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente inicio de semana lector.