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Inteligencia artificial: ¿aliado luminoso o enemigo invisible?

Isidro Aguado Santacruz
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por Isidro Aguado Santacruz

26/12/2025 18:13 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 26/12/2025


"La tecnología no es buena ni mala; tampoco es neutral. Todo depende de quién la diseña, cómo se usa y con qué propósito."
— Langdon Winner

Por Isidro Aguado Santacruz

Cada gran transformación tecnológica despierta primero temor y, más tarde, resignación. Hoy lo vivimos con la inteligencia artificial, pero el fenómeno no es nuevo. A finales de la década de 1950, cuando John McCarthy acuñó formalmente el término artificial intelligence en 1956 durante la conferencia de Dartmouth, el concepto parecía propio de la ciencia ficción. Décadas después, en los años noventa, sistemas expertos comenzaron a emplearse en medicina y finanzas, y en 1997 el programa Deep Blue derrotó al campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov, provocando un debate global sobre los límites de la mente humana frente a la máquina. En 2016, AlphaGo venció al mejor jugador del mundo en un juego considerado inalcanzable para los algoritmos. Y hoy, en menos de tres años, herramientas generativas superaron los 100 millones de usuarios activos mensuales, convirtiéndose en la adopción tecnológica más veloz de la historia reciente.

Me apasiona este momento porque revela algo esencial: el ser humano siempre teme aquello que no comprende, pero termina adaptándose cuando descubre que el mundo no colapsa, sino que se reorganiza. Lo vimos con la imprenta, con la electricidad, con internet. Primero negamos, luego regulamos y al final naturalizamos. Sin embargo, con la inteligencia artificial ocurre algo distinto: esta vez no sólo cambia lo que hacemos, sino cómo pensamos.

Un colega docente lo describió con crudeza: hoy recibe proyectos impecables, planes con léxico sofisticado, programas estratégicos que parecen diseñados por consultores de alto nivel. El problema aparece cuando solicita a quien los entrega que los explique. El silencio es inmediato. No hay comprensión, sólo reproducción. Esa escena se repite en universidades de Europa, América Latina y Asia. No es casual que estudios recientes de Google e Ipsos indiquen que más del 70 % de los jóvenes que utilizan herramientas algorítmicas lo hacen para actividades académicas, ni que informes de la UNESCO alerten que el uso acrítico de estas plataformas amenaza con debilitar competencias básicas como lectura profunda, argumentación y evaluación de fuentes.
La reacción institucional ha sido desigual. En Francia y en Italia se optó por restricciones parciales; en varias escuelas de Estados Unidos y Canadá se implementaron bloqueos temporales; en China se diseñaron marcos regulatorios estrictos para el uso educativo. La lógica es clara: se intenta frenar una ola que ya superó el dique. Porque, aunque se prohíba en el aula, la inteligencia artificial ya habita los hogares, los teléfonos y los escritorios.

Este debate no es técnico, es simbólico. Basta observar la escena central del fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. El Creador estira su mano, pero el dedo de Adán apenas se aproxima. No hay contacto. Hay distancia, duda, resistencia. Esa pintura no sólo representa el origen de la vida; hoy puede leerse como la metáfora perfecta de nuestra relación con la tecnología: la posibilidad está al alcance, pero la voluntad de tocarla sin miedo aún no llega. La inteligencia artificial está ahí, extendiendo su potencial, mientras nosotros titubeamos entre aprovecharla o rechazarla.

Autores como Shoshana Zuboff han advertido que toda tecnología que no se comprende termina dominando a quien la usa. No porque tenga conciencia, sino porque moldea hábitos, expectativas y formas de pensar. Y como recuerda Noam Chomsky, estos sistemas no entienden, sólo encadenan probabilidades. El riesgo, entonces, no es que la máquina piense, sino que nosotros dejemos de hacerlo.
Y pese a todo, sigo creyendo que esta es una oportunidad histórica. Nunca habíamos contado con una herramienta capaz de amplificar ideas, cuestionar supuestos y acelerar procesos creativos con esta velocidad. El problema surge cuando se le pide que haga el trabajo completo. He visto planes de trabajo elaborados en minutos, programas académicos copiados sin una sola lectura, proyectos sociales que se presentan como propios sin saber explicar su lógica interna. Cuando llega la exposición oral, el discurso se quiebra, porque no hay experiencia intelectual detrás del texto.

¿Es la inteligencia artificial un aliado o un enemigo? Depende de cómo nos atrevamos a tocar ese dedo extendido. Si la usamos como muleta cognitiva, será una amenaza silenciosa. Si la convertimos en un instrumento de diálogo, en un detonador de pensamiento crítico, entonces será una de las mayores conquistas de nuestra era.

La historia demuestra que ninguna tecnología destruye por sí sola la inteligencia humana. Lo que la debilita es la renuncia voluntaria a comprender.

Hoy no estamos ante una batalla entre hombre y máquina, sino ante una lucha mucho más profunda: la de conservar la autoría de nuestras ideas en un mundo donde todo parece poder hacerse sin pensar. Y esa decisión, a diferencia de cualquier algoritmo, sigue siendo exclusivamente nuestra.

El columnista es académico y analista político, autor de los libros Un país imaginario y Tras las cortinas del poder. Escribe todos los martes y viernes, su columna, Cambio de ritmo.