
02/05/2025 18:12 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 02/05/2025
_Una injusticia hecha a uno solo es una amenaza hecha a todos."_ — Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu.
Por Isidro Aguado Santacruz
México se dice país de leyes, pero en sus calles, juzgados y cárceles, la justicia es un privilegio disfrazado de derecho. A diario, la realidad contradice el discurso: más del 95% de los delitos quedan impunes y los ciudadanos han dejado de creer en las instituciones que supuestamente deben protegerlos. ¿De qué sirve la ley si sólo se aplica a conveniencia del poder? ¿De qué sirve la justicia si tiene precio, apellido o padrino?
En un juzgado del norte del país, una mujer espera desde hace siete años la sentencia de un juicio de alimentos. Su hija ya cursa el bachillerato y el padre jamás ha pagado un solo peso. "El expediente se traspapeló", le dicen. En otra sala, un joven indígena lleva tres años preso sin juicio, acusado de robar un teléfono celular. No entiende el español, no tiene abogado, no tiene a nadie. En cambio, los arquitectos de la corrupción comparecen en entrevistas, no en tribunales; desfilan por la televisión, no por los pasillos de los reclusorios.
No es sólo corrupción. Es diseño. Es el sistema en su médula: lento, desigual, ajeno, a veces cruel. La justicia en México no está pensada para proteger, sino para excluir. Los datos no mienten: la ENVIPE 2023 indica que el 92.4% de los delitos no se denuncian; el 66% de los pocos que sí lo hacen no reciben respuesta alguna del Ministerio Público. Y cuando hablamos de prisiones, 7 de cada 10 internos no han recibido sentencia. La mayoría son jóvenes, pobres, invisibles.
Y qué decir de la independencia judicial. Según el World Justice Project 2023, ocupamos el lugar 137 de 140 países. Una vergüenza mundial que confirma lo que aquí se palpa: no hay división de poderes, sino subordinación de toga. Lo advertí en otra columna: estas elecciones para "reformar" al Poder Judicial son apenas un carnaval siniestramente disfrazado de participación. Payasadas, fue la palabra exacta que usé. ¿Elegir jueces por voto popular? En un país donde se compra la conciencia por una despensa, eso equivale a subastar la justicia al mejor postor.
Las letras que hoy trazo —cada una— alzan la voz por quienes ya no tienen voz. Porque también la escritura es una forma de pelear por la justicia. He imaginado una justicia accesible, compasiva, real. Por eso me formé —y me sigo forjando— en el estudio del derecho: para, algún día, hacer lo justo. "El fin de la ley es hacer buenos a los hombres", decía Aristóteles. Pero aquí la ley sirve para humillar, castigar o encubrir, nunca para transformar.
¿Qué nos espera después del 1 de junio? Si continúa la tendencia de subordinar el derecho al capricho, si se erosiona aún más la débil independencia de nuestros jueces, si se sigue usando el aparato de justicia como arma política, sólo nos espera la ley del más fuerte. Y en esa selva, el ciudadano común no sobrevive: se resigna, huye o desaparece.
La justicia mexicana necesita mucho más que reformas en papel o discursos en plazas públicas. Necesita rostros humanos en cada defensor, verdad en cada veredicto, y esperanza en cada proceso. No se trata de castigar más, sino de garantizar lo mínimo: que nadie sea víctima dos veces, que la ley no se doble nunca más ante el poder.
Porque cuando la justicia no alcanza a todos, se convierte en otra forma de violencia. Y cuando escribir sobre ella incomoda al poder, es que se está escribiendo bien.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.