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La metamorfosis del hombre moderno

"El libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros.", Franz Kafka

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

24/10/2025 14:10 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 24/10/2025

Como cada viernes, querido lector, lectora, quiero traerte un libro que dialoga con nuestra actualidad, una obra que, pese al tiempo transcurrido desde su publicación, sigue hablándonos con la misma claridad y desasosiego: La metamorfosis, de Franz Kafka.

Hace unos días, alguien me lanzó una pregunta con la simpleza punzante de quien ignora el peso de lo que dice:
—¿Por qué dices que eres escritor si no has vendido un libro?—

Sonreí. No por soberbia, sino por comprensión. Esa pregunta, tan común en estos tiempos, revela una profunda confusión: creemos que escribir es vender, que el arte se mide en recibos, que la literatura solo vale cuando da dividendos. Pero escribir no es comerciar; escribir es existir. Ser escritor no depende de los escaparates, sino del acto íntimo de crear, de alumbrar una idea en medio de la oscuridad.

El verdadero oficio del escritor consiste en traducir el alma humana al lenguaje de las palabras, aunque nadie las compre. La creación no necesita testigos para ser verdad. Un libro, aunque duerma en un cajón, puede ser más vivo que una obra que vende millones de ejemplares.
El arte, cuando es honesto, no busca rentabilidad: busca sentido.

Vivimos, sin embargo, en una época que confunde el talento con la eficiencia y la vocación con la productividad. Nos enseñaron a medir nuestro valor por lo que generamos, no por lo que somos. Y en esa lógica cruel, cuando alguien deja de ser útil, se vuelve invisible.
El mundo no ama; el mundo utiliza. Cuando ya no produces, te descarta. Como un engranaje oxidado que se reemplaza sin ceremonia. Sin duelo, sin memoria.

El filósofo diría que hemos sustituido la dignidad por la función. Que hemos confundido utilidad con valía. Pero si tu existencia depende de lo que haces y no de lo que eres, entonces nunca fuiste libre. Fuiste necesario, no amado.
La verdadera revolución, hoy, no consiste en gritar en la calle, sino en resistir siendo humano en un sistema que solo quiere máquinas.

Esa reflexión me lleva, inevitablemente, a la obra de Kafka.
En La metamorfosis, un hombre común —Gregor Samsa— despierta una mañana convertido en un insecto. No un monstruo fantástico, sino algo mucho peor: un símbolo. Gregor representa al ser humano reducido a su función, devorado por la maquinaria del trabajo, la familia y la rutina. Su tragedia no comienza con la transformación, sino con la costumbre.

Su primera preocupación, al verse convertido en insecto, no es su cuerpo deformado, sino el hecho de que llegará tarde al trabajo. Ese detalle, tan absurdo y tan real, encierra la esencia del hombre moderno: el esclavo del deber, el servidor del sistema. Como muchos hoy, Gregor vive para cumplir, no para vivir. Obedece sin preguntarse por qué, y en esa obediencia ciega pierde su humanidad.

El insecto es, en realidad, una metáfora de nuestra época. Una época donde el individuo vale mientras produce, donde el cansancio se disfraza de éxito y el silencio de disciplina. La sociedad ya no ve personas: ve perfiles, estadísticas, índices de productividad. Y cuando alguien deja de encajar en el molde, se le aparta, como la familia aparta a Gregor. Lo encierran, lo esconden, lo olvidan.
El olvido, en el fondo, es la forma más sofisticada de violencia.

Kafka, con su lúcida desesperanza, no escribió una historia fantástica; escribió una parábola social. Su Gregor no muere solo como personaje, sino como reflejo de todos nosotros, los que alguna vez fuimos reducidos a la categoría de herramienta.
El insecto, obediente y silencioso, representa lo que el capitalismo teme: la conciencia. Porque cuando el hombre piensa, se rebela; cuando siente, estorba; cuando sueña, desobedece.

Y sin embargo, la humanidad no se pierde del todo. En algún rincón de ese cuerpo deformado, Gregor conserva el deseo de ser comprendido. Esa chispa de conciencia es la última frontera de la dignidad humana: el recuerdo de haber sido algo más que útil.

Leer La metamorfosis hoy es mirarnos en un espejo incómodo. Porque, de alguna manera, todos hemos despertado un día sintiéndonos ajenos a nuestro propio cuerpo, a nuestra propia vida. Todos hemos sentido el peso de un sistema que nos exige ser productivos incluso cuando nos duele el alma.
Todos, en algún momento, hemos sido Gregor Samsa.

El drama de nuestra civilización no es el trabajo, sino la pérdida del sentido del trabajo. El hombre no nació para ser una pieza eficiente, sino un ser consciente. Hay una forma humana de trabajar: aquella que deja espacio al arte, al ocio, al pensamiento, a la ternura. Todo lo demás —el rendimiento sin alma, la productividad sin conciencia— pertenece al reino de los insectos.

Por eso, escribir —aunque no se venda, aunque no se lea— es un acto de resistencia. Es el gesto de quien se niega a ser absorbido por la maquinaria del olvido. Escribir es recordarse vivo.
Y leer, querido lector, es el modo más humano de acompañar esa resistencia.

Cuando alguien me pregunta por qué sigo escribiendo sin vender, respondo: escribo para no convertirme en insecto. Para no olvidar quién soy. Para recordarme que aún hay belleza en las palabras y dignidad en el pensamiento.

Quizá ahí radique la enseñanza más profunda de Kafka: el hombre puede ser despojado de todo —del trabajo, del reconocimiento, incluso del cuerpo—, pero nunca de su conciencia. Y mientras conserve esa luz, aunque sea una chispa, el mundo aún tendrá remedio.

Porque la verdadera metamorfosis no es la de Gregor que se convierte en insecto, sino la del ser humano que, aun cubierto de polvo, aún se atreve a pensar.

*_El autor es, escritor, académico y analista político_