
09/05/2025 08:07 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 09/05/2025
No hay humo más enigmático que el blanco que asciende desde la Capilla Sixtina. En ese instante suspendido entre el cielo y la tierra, la historia respira, y el mundo —incluso el más escéptico— contiene el aliento. Roma ha hablado. La Iglesia ha elegido. El sucesor de Pedro lleva ahora un nombre cargado de ecos: León XIV.
El primer pontífice nacido en Estados Unidos, pero formado en el barro y la fe de América Latina. Un nombre que no es casual: León, como el gran papa que enfrentó a Atila con la palabra en lugar de la espada; catorce, como signo de continuidad sin ruptura, de reforma sin revolución. Ni Juan, ni Pío, ni Benedicto. León: símbolo de autoridad firme, pero también de sabiduría en el caos.
León XIV no es Francisco, pero tampoco su negación. Es una decisión salomónica tras uno de los pontificados más desafiantes en siglos. Jorge Mario Bergoglio —el papa que abrazó a migrantes, denunció la corrupción, pidió perdón a pueblos originarios y lavó los pies a presos— deja un legado polarizante. Para algunos, un profeta. Para otros, una piedra de escándalo. Para todos, un parteaguas. La elección de Robert Francis Prevost no fue un respaldo ciego ni una ruptura: fue una apuesta por la reforma serena, por el equilibrio en medio del vendaval.
Los cardenales votaron en cuatro rondas. Ni la inercia mediática, ni los favoritos visibles impusieron su narrativa. Parolin, Zuppi, Tagle... todos observaban cómo se movían las corrientes profundas. Y fue Prevost —discreto, moderado, norteamericano-peruano, reformista sin estridencias— quien emergió entre las fisuras del poder eclesial. La Iglesia, esa monarquía espiritual de 1,400 millones de fieles, necesitó menos de cinco votaciones para señalar a su nuevo pastor. Ni ruptura ni restauración. Solo un paso hacia adelante, con la mirada hacia los costados.
León XIV hereda una institución fracturada por dentro y desacreditada por fuera. Crisis de vocaciones, templos vacíos en Europa, éxodo de fieles en América Latina, impaciencia de los jóvenes, desilusión de las mujeres, herida abierta de los abusos. Según Pew Research, la Iglesia ha perdido más del 20% de sus fieles en América Latina en dos décadas. En EE.UU., solo el 21% de los católicos asiste regularmente a misa. África y Asia, en cambio, florecen: más del 40% de las vocaciones sacerdotales ya provienen de esos continentes.
En este contexto —marcado por populismos, polarización, crisis climática y cultural— la Iglesia no busca sólo un guía espiritual: necesita un actor diplomático. Francisco lo entendió. León XIV deberá profundizarlo. ¿Cómo hablar de Cristo en un mundo que ya no cree en redención sino en algoritmos? ¿Cómo consolar al que sufre, si la autoridad moral ha sido erosionada por silencios culpables? ¿Cómo seguir siendo Iglesia cuando la institución inspira más sospecha que fe?
Prevost fue forjado entre la mística agustiniana y el compromiso pastoral latinoamericano. Ha defendido el diálogo intercultural, la justicia social, una Iglesia menos doctrinal y más cercana. Su trabajo en Perú, su liderazgo en la Comisión Pontificia para América Latina y su fidelidad al Concilio Vaticano II no son adornos, sino cimientos. León XIV será un papa que, como León XIII hace más de un siglo, sabrá que el Evangelio no está reñido con la política ni con la denuncia social.
Pero también hay sombras. En el pasado, Prevost criticó con dureza modelos familiares alejados del dogma. Su silencio sobre temas clave —como el papel de la mujer o la ordenación de hombres casados— genera incertidumbre. ¿Continuará el camino sinodal de Francisco o lo diluirá en protocolos diplomáticos? ¿Abrirá puertas sin que tiemblen las columnas?
Roma no necesita héroes, sino hombres capaces de escuchar. Como san León Magno, que contuvo a los hunos no con ejércitos sino con palabras, el nuevo papa deberá contener las tensiones sin sofocar las voces del Espíritu. La Iglesia está en una encrucijada: puede seguir siendo faro o volverse museo. Y en esa tensión, León XIV camina sobre el filo del mundo.
Mientras tanto, el mundo gira. Las guerras no cesan. Los migrantes cruzan fronteras invisibles. Las madres rezan por sus hijos desaparecidos. Los jóvenes buscan sentido en el ruido digital. Y el nuevo papa alza la vista desde el balcón central de San Pedro, entre los ecos de una liturgia milenaria, para recordar que aún hay lugar para la esperanza.
Y en medio de esta historia escrita con incienso y siglos, recordamos también que mañana, 10 de mayo, es el Día de las Madres. En este marco, quiero dedicar un verso a esas mujeres que, con el peso del amor y la entrega, dan vida y fuerza.
El faro del amor
Madre, tú eres el faro que guía en la oscuridad, la raíz profunda que sostiene nuestras esperanzas.
En tu abrazo habita el tiempo,
y en tu voz resuenan las promesas de la vida.
Cada paso que damos es tu huella,
y cada logro, un reflejo de tu amor incansable.
Hoy, más que nunca, te celebramos,
por ser la vida misma,
por darnos siempre lo que no sabíamos que necesitábamos.
Tu amor es el hogar donde siempre volvemos, la razón de todo lo que somos.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector