
por Alejandro Santa Cruz Preciado
22/04/2025 10:05 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 22/04/2025
CAMBIO DE RITMO
Los pies del pescador
"No tengan miedo de la ternura."—Papa Francisco
Por Isidro Aguado Santacruz
Murió un Papa. No un monarca ceremonial, no un pontífice inerte ni un custodio anacrónico del incienso, sino un hombre que caminó con los pies descalzos sobre la arena movediza de nuestro tiempo. El 21 de abril de 2025, en una primavera que no floreció del todo, el mundo despidió a Jorge Mario Bergoglio, el primer latinoamericano en besar el anillo del pescador desde el otro lado del Atlántico, el primer jesuita en sentarse en la silla de Pedro.
Eligió llamarse Francisco no por azar, sino por amor. Lo decidió en los segundos posteriores a su elección, cuando el cardenal brasileño Cláudio Hummes, su amigo y hermano en el Espíritu, se le acercó y le susurró al oído: "No te olvides de los pobres." Y entonces supo que su pontificado no tendría mármol ni fastos, sino barro, silencio y calle. Como el de aquel otro Francisco, el de Asís, que hablaba con los animales y abrazaba a los leprosos.
¿Qué es un Papa? No es un dios ni un emperador, sino el obispo de Roma, sucesor de Pedro, aquel pescador al que Cristo confió sus ovejas. Su poder no es el de los ejércitos ni el del capital, sino el de la palabra, el ejemplo, la misericordia. Es la voz moral de más de mil millones de fieles, pero también un símbolo universal que trasciende el credo: encarna la posibilidad de una humanidad con conciencia. Y cuando esa voz se eleva por encima del ruido, cuando denuncia la guerra, la miseria, la hipocresía, entonces el Papa deja de ser un funcionario del Vaticano y se convierte en lo que Francisco fue: una conciencia incómoda del siglo XXI.
Fue elegido el 13 de marzo de 2013, en el cónclave más decisivo de las últimas décadas, tras la renuncia sin precedentes de Benedicto XVI. En una ceremonia secreta y cargada de siglos, encerrados bajo juramento en la Capilla Sixtina, los cardenales depositaron sus votos hasta que el humo blanco anunció: habemus Papam. Lo eligieron porque el mundo necesitaba aire fresco. Y Bergoglio lo sabía. Lo dijo con un gesto: rechazó la sotana bordada en oro, pidió que oraran por él y se inclinó ante el pueblo desde el balcón de San Pedro.
Desde entonces, su pontificado fue una larga batalla contra la indiferencia. Habló con los migrantes que el mundo quería borrar, besó los pies de líderes enemigos, pidió perdón por los abusos cometidos por la Iglesia, defendió la Tierra como una casa común, y no dudó en tocar las heridas más profundas del cuerpo eclesial.
Su legado es complejo, pero ineludible.
Reformó la curia romana con la constitución Praedicate Evangelium, modernizando estructuras anquilosadas, promoviendo transparencia financiera, y abriendo la puerta para que los laicos —incluso mujeres— pudieran dirigir dicasterios. En 2023, un cardenal fue condenado por corrupción. Nunca antes había ocurrido. Cerró más de 5,000 cuentas bancarias irregulares en el IOR. Cambió las reglas del juego.
Con Vos estis lux mundi, estableció protocolos obligatorios para denunciar abusos sexuales. Quitó el secreto pontificio y retiró a altos prelados implicados. No fue perfecto, no resolvió todas las heridas, pero dio pasos firmes donde otros se habían callado.
En el campo pastoral, permitió la bendición a parejas del mismo sexo, defendió el perdón para quienes abortaron, y reconoció el valor espiritual de quienes buscan a Dios en medio del rechazo. Dijo: "¿Quién soy yo para juzgar?", y con ello derrumbó siglos de dogmas con una sola pregunta.
Impulsó un papado de periferias. Viajó a Irak, a Sudán del Sur, a Mongolia, a Timor Oriental. Fue a donde ningún Papa había ido, porque allí también arde el alma del mundo. Visitó a Fidel Castro, medió entre Obama y Raúl Castro, pidió el fin de las guerras, se enfrentó a Putin, dialogó con Zelenski, y exigió que cada pueblo tenga su Estado en Palestina e Israel.
En 2016, visitó México. En su paso por Chiapas, Ecatepec, Morelia, y Ciudad Juárez, no habló desde el mármol del privilegio, sino desde el polvo del pueblo. Vio en México una "dolorosa paradoja": una nación de fe profunda, pero herida por la desigualdad, la corrupción, la impunidad y la violencia. Lamentó la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, denunció el narcotráfico como un mal que devora el alma, y se conmovió ante los migrantes en la frontera norte, a quienes llamó "víctimas de una cultura del descarte".
Firmó dos encíclicas poderosas: Laudato Si', sobre el cuidado del planeta, y Fratelli Tutti, un manifiesto contra la economía del descarte, la globalización sin rostro humano y la tiranía del capital. En ellas denunció la injusticia, defendió la fraternidad, y exigió una nueva ética planetaria.
Fue amado, pero también odiado. Desde sectores ultraconservadores lo acusaron de relativista, de marxista, de populista. Le temieron porque hablaba el idioma del Evangelio y no el de los tronos. Como escribió Simone Weil, "la verdad tiene algo de insoportable cuando se la dice con amor".
Su relación con Argentina fue una herida abierta. Nunca visitó su patria. Fue insultado por Javier Milei, y luego perdonado por él. Quiso ser universal, quizás por eso no volvió. "Un buen pastor no se enreda en nostalgias", dijo una vez.
Y ahora que el pescador ha soltado el remo, el mundo se pregunta qué vendrá. Comenzará otro cónclave, y en la película "Cónclave" —una joya disponible en su catálogo— cuán humanas y políticas pueden ser esas decisiones que parecen dictadas por el cielo. Los intereses, las facciones, los silencios. También la fe. Todo se conjuga en esa elección sagrada. Pero Francisco ha dejado un colegio cardenalicio donde el 80% fue designado por él. El viento sopla en otra dirección.
"Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una enferma por encerrarse", dijo. Y eso hizo.
Su muerte deja un eco que no se apaga. No lo enterramos, lo sembramos.
Como semilla, su legado crece en las periferias del mundo. No fue un santo, fue un hombre. Pero uno de esos hombres que nos obligan a pensar si la fe puede ser también una forma de rebeldía.
"No tengan miedo de la ternura", nos dijo al inicio. Quizá eso era todo: que en un mundo roto, amar todavía sea posible.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente inicio de semana lector.