05/12/2025 10:11 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 05/12/2025
Cada viernes acostumbro recomendar libros que, de alguna manera, iluminan lo que vivimos como país. Pero hoy haré una pausa en esas rutas literarias para entrar a un territorio distinto, casi íntimo, que rara vez llevo al papel: el fútbol. Es la primera vez que escribo sobre este deporte, aunque para millones de mexicanas y mexicanos es casi una religión laica, una emoción compartida que se hereda como un apellido y se grita como un himno. En México, el Mundial no es solo un torneo: es una especie de rito cíclico donde, cada cuatro años, volvemos a encender la hoguera de la esperanza colectiva, la del famoso y esquivo quinto partido.
Y mientras escribo estas líneas, a unas horas del sorteo mundialista, todavía no sabemos quiénes serán los rivales de la Selección. Cuando usted lea esta columna, ya lo sabremos. Lo que sí conocemos es el escenario donde arrancará esta nueva trama: Washington, ciudad que por unas horas se convertirá en la capital simbólica del fútbol mundial, sede de la Copa del Mundo más grande de la historia. Allí, entre reflectores, discursos y un ceremonial convertido en espectáculo, se mezclará mucho más que el deporte. Se mezclará poder.
Trump, siempre atento a cualquier reflector disponible, será anfitrión doble después de impulsar que el sorteo se trasladara al Kennedy Center, institución que preside. El acto incluirá presentaciones de Andrea Bocelli, Robbie Williams y los Village People, cuyo "Y.M.C.A." él adoptó como himno de campaña. No faltará la presencia de celebridades ajenas al fútbol: Tom Brady, Shaquille O'Neal, Wayne Gretzky y Aaron Judge asistirán al sorteo bajo la conducción de Rio Ferdinand. Un desfile de íconos norteamericanos sin vínculo con los Mundiales, que revela —como tantas veces ocurre en Estados Unidos— que la espectacularidad importa más que la tradición.
La dimensión política será inevitable. Gianni Infantino, presidente de la FIFA, ha tejido una cercanía notable con la Casa Blanca. Su intención de entregar en esta ceremonia el recién creado Premio FIFA de la Paz es muestra de ello. Aunque no se ha anunciado de manera oficial, todo apunta a que el galardón será para Trump, a quien Infantino llegó incluso a promover como candidato al Nobel de la Paz. Bajo el argumento de que "el fútbol une al mundo", la FIFA parece dispuesta a extender un reconocimiento que muchos consideran una concesión política antes que un acto de neutralidad.
A este escenario se suma una reunión trilateral. Claudia Sheinbaum y el primer ministro canadiense, Mark Carney, viajarán a Washington como parte del encuentro de líderes norteamericanos que se desarrollará al margen del sorteo. Sheinbaum deberá disputar su propio partido diplomático: un encuentro donde cada gesto tendrá interpretación y cada frase podrá convertirse en titular. Frente a un Trump imprevisible, ella tendrá que afinar la estrategia y leer los tiempos con precisión. México, desde la distancia, observa ese duelo silencioso donde un mal cálculo puede pesar tanto como un penal fallado.
Para millones, el fútbol no es un simple juego ni un espectáculo que se mira desde la comodidad del sillón. Es una ceremonia íntima donde el corazón se adelanta a los pasos, donde cada pase lleva escondido el eco de nuestra infancia, y cada gol desata una alegría que no entiende de razones. En ese rectángulo verde caben los silencios de un país entero: el padre que ya no está, la madre que reza, el hijo que sueña con un balón desgastado, el barrio que se reúne para olvidar por noventa minutos sus derrotas cotidianas. El fútbol es una patria portátil, una forma de esperanza que se despliega sin pedir permiso, un poema colectivo escrito con piernas temblorosas y gritos de victoria o desconsuelo. En él nos reconocemos vulnerables, apasionados, humanos.
El Mundial 2026 representa para México un capítulo singular: será la cuarta ocasión en que la Selección figure como cabeza de serie. Tres veces lo ha sido gracias al privilegio de ser anfitrión; la otra, en 2006, por méritos propios en el ranking internacional. En ninguna de esas ocasiones México ha sido eliminado en fase de grupos, una tradición que sostiene la ilusión nacional como si fuera una superstición colectiva.
Los recuerdos están ahí, persistentes. En 1970, México avanzó como segundo de grupo, superado apenas por la Unión Soviética por diferencia de goles. En 1986, lideró su sector y alcanzó los cuartos de final, donde una tanda de penales apagó uno de los sueños más grandes que este país ha visto nacer en un estadio. En 2006, tras una actuación digna en fase de grupos, un gol de Maxi Rodríguez envió a la Selección a casa en un partido que aún duele como si hubiera ocurrido ayer.
Ahora, México enfrenta un torneo ampliado a 48 selecciones y con 12 cabezas de serie. Javier Aguirre, al frente del equipo, llega con la responsabilidad de aprovechar el impulso de jugar como anfitrión. Las fechas ya están impresas en el calendario emocional del país: 11 de junio en el Estadio Azteca, 18 en el Estadio Akron y 24 de nuevo en el Coloso de Santa Úrsula. Tres noches que suspenderán el ritmo nacional y en las que, por un instante, dejaremos de pensar en política, economía o inseguridad para entregarnos a un balón que siempre parece prometer lo mismo: la oportunidad de creer.
Pero este Mundial no se medirá solo en goles. También estará marcado por las tensiones geopolíticas, por el modo en que Estados Unidos utilizará el torneo para reforzar su narrativa, por las decisiones de la FIFA que desdibujan la frontera entre deporte y diplomacia, y por la habilidad con la que Sheinbaum pueda navegar un escenario donde Trump buscará imponer agenda.
En un país donde el quinto partido es metáfora de todo lo que anhelamos pero no logramos alcanzar, el Mundial vuelve a recordarnos la importancia de la esperanza, incluso cuando parece improbable. Hoy conoceremos a los rivales que definirán nuestro destino inmediato. Cuando esta columna circule, ya lo sabremos. Pero lo que no sabremos —al menos no aún— es si esta vez seremos capaces de romper el muro o si volveremos a refugiarnos en ese deseo tan mexicano de esperar el milagro que no llega.
México disputará dos partidos: el de la cancha y el de la diplomacia. Ojalá ganemos al menos uno. Y si el viento se alinea, quizá los dos. Porque este país, tantas veces golpeado, merece aunque sea un instante de triunfo, dentro y fuera del fútbol.
*_El autor es analista político; ha escrito los libros Un país imaginario y Tras las cortinas del poder. Escribe todos los martes y viernes su columna, Cambio de ritmo_