23/12/2025 18:17 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 23/12/2025
_"En medio del invierno, aprendí por fin que había en mí un verano invencible."_
— Albert Camus
Por Isidro Aguado Santacruz
—¿Tú llevas el vino o yo?
—Yo llevo el vino, pero del bueno... que se note que nos va bien.
Esa frase, escuchada al vuelo, me persiguió todo el día. Simone Weil decía que la atención es la forma más pura de generosidad; Kierkegaard advertía que la angustia es el vértigo de la libertad; Nietzsche sospechaba que el exceso de ruido es la manera más elegante de huir de uno mismo. Tal vez por eso diciembre es el mes más estridente y, al mismo tiempo, el más silencioso para quienes cargan con su propio invierno interior.
Estamos por cerrar un año. Solo nos queda este paréntesis llamado Nochebuena, la Navidad y el 31 de diciembre, esa frontera simbólica donde prometemos ser mejores aunque no sepamos exactamente cómo. Falta un día para la Nochebuena y dos para la esperada Navidad. Y la pregunta se impone con una mezcla de cansancio y esperanza: ¿qué es la Navidad?, ¿por qué la seguimos celebrando?
La palabra Navidad proviene del latín nativitas, que significa "nacimiento". No designa solo una fecha, sino la idea de que algo irrumpe en el mundo. Curiosamente, los evangelios no fijan un día preciso para el nacimiento de Jesús. Fue hasta el siglo III cuando algunos pensadores cristianos propusieron el 25 de diciembre, superponiendo el relato cristiano a festividades más antiguas del solsticio de invierno, cuando diversas culturas celebraban el retorno de la luz después de la noche más larga del año. Antes de ser dogma, la Navidad fue metáfora: la vida abriéndose paso en medio de la oscuridad.
En México, este rito llegó tarde y con acento extranjero. Diciembre de 1864: Maximiliano y Carlota colocaron en el Castillo de Chapultepec el primer árbol navideño documentado en el país, un pino traído desde Europa, iluminado con velas y esferas. Aquella imagen aristocrática, casi de realismo mágico, sembró una costumbre que tardó décadas en echar raíces entre guerras, carencias y reconstrucciones. Más tarde, la modernidad haría su trabajo: una empresa refresquera vistió de rojo a Papá Noel —que antes solía aparecer de verde— y transformó la Navidad en un escaparate global. Hoy diciembre no es estación: es marca, color, campaña.
Y mientras acordamos quién lleva el vino, el pavo o el postre, hacemos de la intimidad un espectáculo. Subimos la foto del árbol, de la mesa, del regalo, como si la felicidad necesitara evidencia. ¿Qué comunicamos cuando compartimos cada detalle?, ¿que estamos bien o que deseamos que los demás lo crean?
Existe, sin embargo, otra cara de estas fechas. Aunque no hay cifras exactas que midan el impacto emocional de diciembre, se sabe que en este periodo aumentan los síntomas de tristeza, ansiedad y depresión. El aislamiento, los duelos, los conflictos familiares y la presión económica actúan como detonantes silenciosos. Para muchos la Navidad es reencuentro; para otros, recordatorio de una ausencia.
El frío, la menor exposición a la luz solar, las tensiones en casa y la incertidumbre financiera suelen afectar el ánimo. Pero la herida más profunda es la soledad: la muerte de un ser querido, un divorcio, los hijos que se van de casa —el llamado "nido vacío"— y, sobre todo, el caso de los adultos mayores, cuando ya no son tomados en cuenta ni siquiera para decidir dónde pasar la Nochebuena, cuando su círculo social se reduce y la enfermedad les recuerda su fragilidad. Cuando varios de estos factores se combinan y no existe una red de apoyo, el riesgo es real: hay quienes, en medio del ruido navideño, se sienten radicalmente solos.
Las cifras no son una exageración retórica. En México, alrededor del 15% de la población adulta presenta síntomas de depresión; el 31% vive con algún grado de ansiedad y casi el 19% la padece de forma severa. La UNAM estima que cerca de 35 millones de personas han atravesado por al menos un episodio depresivo en su vida. Detrás de cada mesa iluminada puede haber una batalla invisible.
Por eso, quizá esta Navidad no necesite más vino del bueno ni árboles más grandes, sino más llamadas incómodas, más mensajes sin fotografía, más silencios compartidos. Tal vez el verdadero regalo sea volver a lo esencial: abrazar, sonreír sin posar, escuchar sin publicar, recordar que nativitas no es consumo, sino comienzo.
A ti, lector y lectora, gracias por llegar hasta aquí, por regalarme tu tiempo en medio de estas fechas vertiginosas. Ojalá puedas compartir estos días con tus seres queridos, o al menos con la certeza de que no estás solo.
Gracias a este medio de comunicación por abrir este espacio. Y, desde este rincón donde aún creo en la luz que regresa, te deseo una muy feliz Navidad.
*_El columnista es académico y analista político; es autor de los libros Un país imaginario y Tras las cortinas del poder. Escribe todos los martes y viernes, su columna, Cambio de ritmo._