Columnas

#Tijuana

25N: Detengamos las violencias contra las mujeres

Ámbar Itzel Paz Escalante, Profesora de Carrera / ENTS-UNAM
Ámbar Itzel Paz Escalante, Profesora de Carrera / ENTS UNAM Archivo

por Ámbar Itzel Paz Escalante

25/11/2025 15:52 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 25/11/2025

Cada 25 de noviembre, en México y en el mundo, se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de las Violencias contra las Mujeres. Esta fecha se reconoce por el uso del color naranja y, con frecuencia, por la imagen de una mariposa morada. Ambos símbolos remiten a las hermanas Mirabal, tres activistas dominicanas que se opusieron a la dictadura de Rafael Trujillo y que fueron asesinadas en 1960 por orden del régimen. Su lucha se convirtió en un emblema de resistencia frente a la violencia contra las mujeres y, hoy día, se retoma como memoria viva y reflejo del presente de tantas mujeres que siguen enfrentando múltiples formas de agresión que vulneran su dignidad, su libertad y su vida. En esta fecha, universidades, organizaciones civiles, colectivas feministas e instituciones públicas vuelven a alzar la voz para decir: "basta de tantas violencias contra las mujeres".

En nuestro contexto, ser mujer en México implica habitar un territorio donde la violencia se manifiesta en escalas diversas: desde el acoso callejero que se ha normalizado, los tocamientos en el transporte público, la brecha salarial, la discriminación laboral y el famoso "techo de cristal", hasta las violencias más extremas que derivan en agresiones físicas, sexuales, desapariciones y feminicidios. Como sabemos, nuestro país es el segundo de América Latina y el Caribe con la mayor tasa de feminicidios, solo después de Brasil; estas violencias no son hechos aislados, son expresiones cotidianas de una cultura que históricamente ha desvalorizado lo femenino y ha colocado a las mujeres en posiciones de
desigualdad.

La infrarrepresentación de las mujeres en espacios públicos, políticos y de toma de decisiones sigue siendo un recordatorio de esa desigualdad estructural. Las mujeres parecen obligadas a demostrar —una y otra vez— que merecen estar donde están, que saben, que pueden, que son competentes. Esa carga diaria, profundamente desigual, opera como un filtro silencioso que frena trayectorias, talentos y sueños desde edades muy tempranas.

Pero el 25N no es solo denuncia; también es encuentro. Es un espacio donde las mujeres —y quienes acompañan las luchas feministas— tejen redes de sororidad para sostenerse en un país marcado por dinámicas androcéntricas y estructuras heteropatriarcales. Durante estos días, el color naranja ilumina edificios, plazas y calles, recordándonos que existen 16 días de activismo que buscan impulsar acciones concretas para erradicar la violencia de género.

Los talleres de bordado, las charlas, conferencias, círculos de lectura, actividades artísticas y encuentros comunitarios no son solo eventos simbólicos, son espacios que permiten visibilizar violencias normalizadas, compartir herramientas, construir estrategias colectivas y fortalecer una pedagogía feminista que apuesta por la vida. Son lugares donde aprendemos a nombrar lo que antes se callaba, a identificar lo que antes se daba por inevitable, y a imaginar otras formas de relacionarnos y construir comunidad. Asimismo, de la mano de expertas, investigadoras, defensoras de derechos humanos y mujeres organizadas, se abre la posibilidad de transformar nuestras sociedades desde el diálogo, la educación, la justicia y la paz.

Este 25N, más que recordar cifras dolorosas, es necesario pensar en los compromisos que nos corresponden como sociedad, pues la erradicación de las violencias contra las mujeres no llegará solo por decreto ni por campañas simbólicas: requiere voluntad política, instituciones que funcionen, comunidades que cuiden, y personas dispuestas a replantear sus formas de ejercer poder, afecto y convivencia. 

Que este día nos convoque a algo más profundo: a apostar colectivamente por una vida donde ninguna mujer tenga que justificar su valor, su presencia o su derecho a vivir en libertad. Porque la violencia no es inevitable; es aprendida, sostenida y reproducida. Y justamente por eso, también puede ser desmontada.