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El despojo elegante: gentrificación

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

08/07/2025 10:07 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 08/07/2025

"La ciudad es el escenario de los derechos, o el teatro de su negación."— Henri Lefebvre

Por Isidro Aguado Sabtacruz

De acuerdo con la Real Academia Española, gentrificar significa "renovar una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, mediante un proceso que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de mayor poder adquisitivo". Esta definición, clara en su esencia, es apenas la punta visible de un fenómeno mucho más profundo y complejo que ha marcado la historia de las ciudades contemporáneas.

En algún momento del siglo XX, las ciudades dejaron de construirse para quienes las habitaban y comenzaron a edificarse para quienes las compran. El sueño urbano —ese que prometía un espacio para la convivencia, el trabajo digno y la identidad cultural— ha sido prostituido en nombre del "progreso", el "rescate urbano" o la "modernización". Bajo esos eufemismos se esconde un fenómeno devastador: la gentrificación.

Como lo advirtió Ruth Glass en 1964, la llegada de los "gentry" a los barrios obreros londinenses no era un simple cambio demográfico, sino una reconfiguración del poder urbano. Una colonización interna. Desde entonces, los barrios que antes olían a pan recién horneado, a jabón barato y a sudor obrero, comenzaron a oler a café de especialidad, a concreto pulido y a autos eléctricos. Pero lo más grave no fue el cambio de aromas: fue el desplazamiento de cuerpos, memorias y comunidades enteras. El alma de la ciudad fue desalojada.

Hoy, medio siglo después, la gentrificación ha mutado, pero no ha perdido su esencia: el despojo. En México, el proceso ha adquirido características aún más agresivas y paradójicas. No sólo porque la informalidad, la pobreza y la desigualdad complican cualquier romanticismo urbanístico, sino porque el propio Estado ha pasado de regulador a facilitador del desalojo.

En Ciudad de México, el Bando 2 en 2003 permitió la concentración de inversiones en zonas céntricas, mientras miles de familias fueron desplazadas hacia las periferias. Las llamadas Áreas de Gestión Estratégica (AGEs) son otra cara del mismo fenómeno: supuesta planeación urbana al servicio del capital. Y cuando aparece el discurso del "rescate patrimonial", como en el caso del Centro Histórico, los negocios de Carlos Slim sustituyen a los boleros, los puestos de tacos y los libreros de viejo. ¿Quién hereda la ciudad? ¿El habitante histórico o el inversionista foráneo?

No es casualidad que los mismos barrios que hoy lucen terrazas gourmet, galerías de arte y tiendas de "diseño local", hace apenas 20 años eran considerados inseguros o "populares". Roma, Condesa, Juárez, Santa María la Ribera. Hoy, son paraísos de nómadas digitales, turistas y especuladores. ¿Y los vecinos de siempre? Con rentas impagables, su único destino es la periferia: Ecatepec, Chalco, Tecámac, o en el caso de Tijuana, el Bulevar 2000. Como si se tratara de una nueva versión del destierro.

La situación de Tijuana es paradigmática. Según cifras de Propiedades.com, el precio promedio de renta en la zona Centro ha subido hasta en un 40% en los últimos cinco años. Colonias como Buena Vista, Cacho o la 20 de Noviembre han sido tomadas por desarrolladores que construyen para los "expats" californianos que huyen del precio imposible de San Diego. ¿Qué sucede cuando un dólar vale 18 pesos? Lo que sucede es que el mercado se dolariza sin que se note. Los habitantes originarios, en pesos, no compiten. El resultado: exclusión.
¿Dónde queda el derecho humano a la vivienda digna, consagrado en el artículo 4° de la Constitución mexicana y en la Observación General No. 4 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU? ¿Qué sentido tiene hablar de derechos cuando el acceso al suelo y a la vivienda se ha convertido en un privilegio de clase, incluso de nacionalidad?

Hay algo profundamente obsceno en este proceso: el capital inmobiliario no sólo compra tierra, compra el relato. Se apropia de la estética del barrio, de su comida, de su arquitectura, incluso de su dolor. En Malinalco, por ejemplo, los antiguos agricultores son ahora trabajadores domésticos de quienes han convertido sus pueblos en retiros espirituales. Y en la Roma, los mismos murales que antes denunciaban la violencia ahora son usados como escenografía "cool" para videos de influencers.

Y, sin embargo, hay resistencia. Como señala Raúl Romero, los movimientos antigentrificación no son caprichos de izquierdistas nostálgicos. Son expresiones legítimas de quienes exigen vivir dignamente. Las marchas, las pintas, los carteles que rezan "Fuera Airbnb", "Aprende español, cabrón" o "El techo es un derecho" no son xenofobia: son gritos desesperados ante el vaciamiento simbólico y material del espacio común. La rabia se equivoca a veces en su forma, pero no en su fondo.

¿Qué hacer?
La gentrificación no puede detenerse con romanticismo, pero sí con políticas públicas firmes, éticas y progresistas. A continuación, propongo cinco medidas concretas, viables y urgentes:

1. Moratoria temporal a desarrollos inmobiliarios en zonas vulnerables
Congelar permisos de construcción en colonias históricamente populares y establecer criterios de impacto social antes de autorizar cualquier proyecto.
2. Regulación estricta de plataformas como Airbnb
Limitar el número de propiedades por anfitrión, exigir licencias especiales, imponer impuestos progresivos y destinar esos recursos a programas de vivienda social.
3. Implementación de un programa nacional de renta controlada
Fijar techos máximos de aumento anual en zonas con alta presión inmobiliaria. Francia, Alemania y Nueva York ya lo hacen.
4. Creación de bancos públicos de suelo y vivienda popular estatal
Recuperar lotes baldíos y edificios abandonados para destinarlos a vivienda social y cooperativas urbanas. Una política de ciudad y no de mercado.
5. Impedir la compra de suelo urbano por parte de capital extranjero especulativo
Reforma al artículo 27 constitucional para proteger las zonas urbanas del acaparamiento global. Si no puedes comprar tierra en China, ¿por qué sí en la Roma?

Termino con una pregunta incómoda: ¿de quién son las ciudades? Si la respuesta es "del capital", estamos perdidos. Pero si reconocemos que la ciudad es un bien común, un espacio de memoria, identidad y dignidad colectiva, entonces estamos obligados a actuar. Porque la gentrificación no es solo un fenómeno urbano: es una forma más de colonización.

Y la historia nos enseña que ningún pueblo permanece de rodillas para siempre.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente inicio de semana lector.