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CAMBIO DE RITMO

El Otro México: Playas de Rosarito

Rosarito es mucho más: es herencia kumiai, es rancho decimonónico, es frontera que nunca deja de latir y transformarse.
Playas de Rosarito Archivo

Por Isidro Aguado Santacruz

Querid@s lectores, retomando esta serie que comparto cada viernes en este espacio, deseo llevarlos hoy a un lugar que no solo se vive con los ojos, sino con la piel, con el viento salino que roza la memoria y con el murmullo de un oleaje que nunca se cansa de golpear la arena. Hablo de Playas de Rosarito, un municipio joven, pero con raíces profundas, que guarda en sus olas y en sus calles una historia que quizá ni sus propios habitantes sospechan.

Rosarito, así lo llaman los bajacalifornianos, los turistas y los que llegan desde lejos. Los estadounidenses, vecinos siempre curiosos y a veces impertinentes, le dicen simplemente "Rosarito Beach", como si la traducción redujera todo su espíritu a un espacio de sol y arena. Pero Rosarito es mucho más: es herencia kumiai, es rancho decimonónico, es frontera que nunca deja de latir y transformarse.

Antes de que el municipio existiera, cuando aún era un rancho disperso bajo el nombre de "El Rosario", los kumiai ya habían dado nombre al lugar. Lo llamaban Uacatay, "casas grandes", porque en verano llegaban a la costa a pescar, a recolectar mariscos, a hacer del mar su despensa y de la playa su hogar temporal. Fray Juan Crespí y Fray Junípero Serra lo registraron en sus diarios en 1769, cuando pasaron rumbo a San Diego de Alcalá. Aquella costa, pensaron, era un campamento efímero, sin sospechar que siglos después se volvería un imán para viajeros de todas las geografías.

La historia escrita fija como fecha de fundación el 14 de mayo de 1885, cuando se registró en Ensenada el título de propiedad del Rancho El Rosario. Un dato frío, legal, plasmado en un acta; pero detrás de esa tinta late el inicio de una comunidad que más de un siglo después se emanciparía de Tijuana, convirtiéndose en municipio en 1995. Rosarito es joven, sí, pero en su juventud habita la paradoja de un pasado más antiguo que sus documentos.

Hoy, este municipio es un espejo donde se mira Baja California: una mezcla de turismo extranjero, gastronomía local, tradiciones rancheras y modernidad incipiente. Aquí se vive el contraste entre el taco de pescado servido en la banqueta y los lujosos hoteles que se levantan frente al mar. Aquí el café se bebe con el rumor de las olas y el recuerdo de aquellos años en que la carretera libre Tijuana-Rosarito era el único hilo que unía a la región con el sur.

Pero, ¿qué significa realmente Rosarito para Baja California? Significa inversión, turismo, movimiento. Se calcula que este municipio atrae millones de dólares en derrama económica al año, especialmente por el turismo estadounidense que cruza la frontera buscando el encanto que en San Diego ya no encuentra: playas menos rígidas, precios más amables, noches de música sin tanto reglamento. Rosarito se ha convertido en un refugio cultural y económico, donde la cerveza artesanal convive con la ruta del vino y donde los festivales de música atraen a multitudes.

El visitante desprevenido puede dejarse seducir por las atracciones turísticas: paseos en camello sobre la arena, cabalgatas frente al mar, senderismo en el cerro El Coronel. Pero quien se detiene un poco más descubre las capas de un lugar con memoria. Los ranchos antiguos del Cañón Histórico, todavía en pie, cuentan de un tiempo en que la vida era más dura y las noches más largas. El eco de los simposios de historia de 1991 resuena aún: fue entonces cuando la propia comunidad decidió anclar su fundación en la fecha de 1885, un acto de voluntad colectiva que nos recuerda que la historia no solo se descubre, también se construye.

Rosarito, como toda ciudad joven, tiene leyendas. Y las leyendas, querid@s lectores, son otra manera de fijar memoria. Está la de la Dama de la Cuesta Blanca, aparecida entre la neblina de la carretera, vestida de blanco, ensangrentada, buscando ayuda tras un accidente fatal. Hay quienes dicen haberla visto, quienes aseguran que su figura se aparece en las curvas peligrosas para advertir a los conductores. La frontera, tan acostumbrada a los fantasmas del pasado, también los tiene en sus caminos.

En la gastronomía, Rosarito es un festín marino. Langosta, abulón, mejillones, almejas y cangrejos formaban parte de la dieta kumiai, y siguen siendo hoy manjares que sostienen una parte importante de la economía local. No es casualidad que la "langosta estilo Puerto Nuevo" haya alcanzado fama internacional: tortillas de harina recién hechas, frijoles, arroz rojo y langosta dorada en mantequilla. Una receta sencilla, pero con el poder de enamorar paladares de todas las nacionalidades.

Rosarito también es cultura. El arte urbano florece en sus calles, los murales colorean barrios enteros y el cine lo convirtió en escenario global con los estudios Fox, donde se filmaron escenas de Titanic y otras superproducciones. Es un municipio que mira hacia el mundo, pero que al mismo tiempo lucha por no perder sus raíces rancheras y su espíritu fronterizo.

Hay algo frágil y humano en Rosarito: su eterna tensión entre ser espacio de paso y lugar de pertenencia. Muchos llegan solo por un fin de semana, pero otros, seducidos por el rumor del Pacífico, deciden quedarse. Y entonces Rosarito se convierte en hogar, con todas las contradicciones que implica vivir en un sitio donde lo local y lo extranjero conviven, a veces en armonía, a veces en fricción.

Hablar de Rosarito es hablar del otro México. Ese México que no siempre aparece en los discursos oficiales, pero que sostiene la economía, que reinventa la cultura y que nos recuerda que la identidad nacional no se agota en las capitales. Rosarito es playa, sí, pero también es historia indígena, memoria ranchera, leyenda fronteriza y modernidad cosmopolita. Es un lugar que guarda, en cada ola, la promesa de un país que aún está por descubrirse.

Quizá por eso, cuando el viento sopla fuerte y las gaviotas vuelan bajo, uno siente que Rosarito no es solo un destino, sino un espejo donde podemos reconocernos como lo que somos: una nación joven y antigua, frágil y poderosa, siempre en búsqueda de sí misma.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.

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