Columnas

El Otro México: San Felipe, donde el desierto se baña en azul

Isidro Aguado Santacruz Archivo

"La verdadera libertad de un pueblo comienza el día en que se reconoce dueño de su propio destino."— Abraham Lincoln

Por Isidro Aguado Santacruz

Había una mujer que cada amanecer caminaba hacia la orilla del mar con una cubeta de plástico entre las manos. No buscaba oro ni fortuna, sólo los callos de hacha que, como joyas escondidas, el mar dejaba entre la arena húmeda. Decía que cada molusco era una ofrenda y que el silencio de la playa, a esa hora, tenía más valor que cualquier pregón. Esa mujer, como tantos otros en San Felipe, entendió desde niña que la vida aquí no se mide en relojes, sino en mareas.

Comparto para ti, lectora o lector, esta serie que he llamado El Otro México: un viaje por los rincones de nuestro país que rara vez caben en los discursos oficiales. Es mi forma de mostrarte, desde mis palabras, lo que es Baja California visto desde otra mirada, con las voces de ciudadanas y ciudadanos que habitan en estas tierras. Este es el México que no siempre vemos, el que late en silencio y resiste con dignidad.

Hoy me adentro en San Felipe.
A la orilla del Mar de Cortés, donde el desierto se disuelve en las mareas y el horizonte parece un espejismo interminable, se levanta este puerto joven convertido en municipio. Apenas a 130 kilómetros de la frontera, pero tan lejos de la prisa de las ciudades, San Felipe guarda islas como guardianas antiguas y aguas que todavía parecen intactas. Aquí, la pesca ha sido destino y condena: abundancia para unos, incertidumbre para otros. No exagero al llamarlo un rincón de paraíso, porque lo es, aunque marcado por las huellas de quienes intentan sobrevivir con lo poco que deja el mar.

Antes de que los visitantes descubrieran su playa, San Felipe era un lugar de pescadores que lanzaban sus redes con paciencia. Hoy, aún se pueden ver lanchas que parten desde el malecón en busca de curvina o camarón, mientras los turistas se suman a expediciones breves, sin saber que detrás de cada pez atrapado hay familias enteras que dependen de ese oficio. El mar es tibio y sereno, y el pueblo parece un secreto guardado en la península.

Por la tarde, el malecón cobra vida. Allí se mezclan restaurantes de mariscos con bares improvisados, tiendas que venden recuerdos y música que nunca falta. Los fines de semana, las bandas de viento convierten la noche en fiesta, y autos recorren lentamente las calles con la música a todo volumen. El visitante no tarda en entender que este malecón no es un simple paseo marítimo: es un escenario abierto donde conviven el orgullo local y la alegría compartida.

Hace unos días, un hombre llamado Ramón, nacido en estas tierras, setenta y cinco años de edad, me relató cómo vio crecer a su pueblo hasta convertirse en municipio. Con paciencia fue desgranando la historia: los años en que eran sólo una delegación de Mexicali, las promesas que nunca llegaban, la sensación de ser una tierra olvidada a casi doscientos kilómetros de la capital. "Queríamos que nuestros impuestos se quedaran aquí, que hubiera un alcalde que hablara por nosotros, que San Felipe no fuera sombra de nadie", me dijo. Y cuando recuerda el 1 de enero de 2022, fecha en que oficialmente se convirtieron en el séptimo municipio de Baja California, lo hace con un brillo en los ojos: "por fin sentimos que este pedazo de desierto y mar era nuestro, de verdad". Lo escuché hablar con orgullo y entendí por qué, cuando dice "mi municipio", lo pronuncia con la fuerza de quien defiende una herencia viva.

Pero San Felipe no es sólo ocio. En cada conversación, las y los ciudadanos repiten sus preocupaciones: la falta de empleos formales, la pobreza que se intensifica cuando termina la temporada turística, la necesidad de que sus jóvenes tengan oportunidades educativas que los liberen del dilema de emigrar o quedarse en oficios precarios. Hablan también de la salud: de un hospital insuficiente y de la urgencia de más médicos. Y no falta la inquietud por la seguridad, pues aunque aún conserva un aire de calma, se sabe que la violencia acecha a la orilla de cualquier pueblo que descuida su tejido social.

El turismo, es cierto, ofrece un respiro económico, pero no asegura futuro. La pesca, que alguna vez fue motor y orgullo, está condicionada por vedas y restricciones internacionales. La economía oscila como la marea: hay semanas de abundancia y otras de desierto. Convertirse en municipio fue para los sanfelipenses una forma de reclamar dignidad y exigir autonomía, pero aún falta que esa autonomía se traduzca en mejores condiciones de vida.

El reto político en San Felipe no está en las campañas espectaculares ni en las promesas huecas: aquí, un candidato a alcalde gana con cercanía, con la mirada directa en la plaza, escuchando a la madre que pide mejores escuelas o al joven que exige empleos que no lo obliguen a marcharse. El voto es íntimo, casi personal, porque cada ciudadano sabe que su voz pesa más que en cualquier otra parte.

San Felipe es también un cruce de mundos: turistas norteamericanos que lo eligen como residencia temporal, desarrollos inmobiliarios como El Dorado Ranch o La Ventana del Mar, y al mismo tiempo familias locales que viven de la pesca y del pequeño comercio. Ese contraste revela un dilema: cómo crecer sin perder la identidad, cómo modernizarse sin que el desierto y el mar sean devorados por la especulación y el olvido.

Al final, San Felipe es un espejo del México profundo. Es la confirmación de que la nación no sólo se edifica en las grandes capitales, sino también en estos puertos donde el mar dicta la vida cotidiana. Aquí, donde el desierto se tiñe de azul y la arena guarda secretos de generaciones, la ciudadanía espera justicia, oportunidades y dignidad.

Ese es, y seguirá siendo, el otro México: el que respira lejos del ruido, el que no se mide en estadísticas sino en voces, en memorias y en la esperanza obstinada de que la política sirva para algo más que administrar la pobreza.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.