El T-MEC y la soledad estratégica de México
Por Isidro Aguado Santacruz
México se encamina a la revisión del T-MEC con una fortaleza económica que contrasta, de manera inquietante, con su debilidad política externa. Es como un país que llega bien alimentado a una travesía, pero sin brújula colectiva ni compañeros de ruta. Las cifras comerciales son contundentes; el contexto diplomático, en cambio, es frágil. Esa tensión define el momento histórico que atraviesa el país.
En 2024 y 2025, México se consolidó como el principal socio comercial de Estados Unidos. Más del 15 % del comercio total estadounidense tuvo origen o destino en territorio mexicano. Las exportaciones mexicanas superaron los 490 mil millones de dólares anuales, y cerca del 80 % de ellas se dirigieron al mercado norteamericano. Más de seis millones de empleos en México dependen directa o indirectamente del comercio amparado por el T-MEC, particularmente en los sectores automotriz, electrónico, agroindustrial y manufacturero. La integración productiva es profunda: alrededor del 40 % del contenido de las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos incorpora insumos producidos en ese mismo país, una interdependencia que pocas regiones del mundo pueden exhibir.
Sin embargo, la economía no negocia sola. Los tratados, aunque escritos con lenguaje técnico, se renegocian siempre en clave política. Y ahí es donde México llega a 2026 con una desventaja evidente. Mientras sus cifras macroeconómicas lucen sólidas, su capital diplomático regional se ha reducido de forma significativa.
América Latina ya no es el espacio ideológico que fue hace apenas una década. En 2025, más de la mitad de las economías latinoamericanas están gobernadas por fuerzas de derecha o centroderecha. Argentina, tercera economía de la región, rompió con el modelo estatalista previo y redefinió su política exterior con una alineación abierta hacia Washington. Chile, uno de los principales socios históricos de México en el Pacífico, giró hacia una derecha pragmática que privilegia la estabilidad económica sobre las afinidades ideológicas. Perú y Ecuador, que en conjunto representan más del 6 % del PIB sudamericano, mantienen relaciones diplomáticas rotas o suspendidas con México. Brasil y Colombia, que suman cerca del 50 % del PIB de América Latina, enfrentan desafíos internos que limitan su capacidad de liderazgo regional.
El resultado es medible: México carece hoy de un bloque político que lo respalde en escenarios multilaterales. La Alianza del Pacífico, que en su momento concentró cerca del 40 % del PIB latinoamericano y el 50 % del comercio exterior de la región, opera de manera marginal. Sus intercambios intrarregionales se estancaron y su capacidad de incidir en negociaciones globales se redujo casi a cero. En términos prácticos, México perdió una plataforma que alguna vez le permitió negociar con mayor peso frente a Asia y Norteamérica.
Este aislamiento regional no sería tan preocupante si la revisión del T-MEC fuera un proceso estrictamente técnico. Pero no lo será. La experiencia de la renegociación de 2018 demostró que las cláusulas comerciales se subordinan a las prioridades políticas del gobierno estadounidense. Y el escenario actual refuerza esa lógica. Donald Trump ha dejado claro, en reiteradas ocasiones, que concibe el comercio como una herramienta de presión política.
Los datos explican por qué México es particularmente vulnerable. Estados Unidos absorbe cerca del 83 % de las exportaciones mexicanas; Canadá, apenas alrededor del 3 %. En contraste, México representa aproximadamente el 15 % del comercio total estadounidense. La asimetría es evidente. Una restricción comercial, incluso parcial, tendría efectos inmediatos en el crecimiento mexicano, que en los últimos años ha oscilado entre el 2 y el 3 % anual. Sectores clave como el automotriz —que genera más de un millón de empleos directos— dependen casi por completo del acceso preferencial al mercado norteamericano.
A esto se suma el tema migratorio. En 2024, las autoridades estadounidenses registraron más de dos millones de encuentros con migrantes en la frontera sur, una proporción significativa de ellos transitando por territorio mexicano. La migración dejó de ser un asunto humanitario para convertirse en una variable comercial. Cada punto de presión migratoria puede traducirse en amenazas arancelarias o revisiones regulatorias, como ya ocurrió en años recientes.
El otro frente sensible es China. En la última década, las importaciones mexicanas de productos chinos crecieron más del 60 %. Al mismo tiempo, México se convirtió en un destino clave para la relocalización de empresas asiáticas, atraídas por el acceso preferencial al mercado estadounidense. Para Washington, esta dinámica representa un riesgo estratégico. Para México, es una oportunidad económica que, sin respaldo político externo, puede convertirse en un argumento en su contra durante la revisión del tratado.
Mientras tanto, los mercados financieros parecen ignorar estas tensiones. En 2025, el peso se mantuvo relativamente estable, la inversión extranjera directa superó los 35 mil millones de dólares y la Bolsa Mexicana de Valores operó cerca de máximos históricos. Pero estas cifras describen el presente inmediato, no las condiciones de la negociación futura. El capital financiero reacciona rápido; el capital político se erosiona lentamente.
Desde el discurso oficial se ha planteado que los recientes cambios ideológicos en la región invitan a una reflexión profunda. La reflexión es necesaria, pero insuficiente. La política internacional no se detiene mientras los países ajustan su narrativa. En el tablero global, quien llega solo a la negociación no es visto como autónomo, sino como vulnerable.
México enfrenta así una paradoja histórica: nunca había estado tan integrado económicamente a América del Norte y nunca había estado tan aislado políticamente en su región natural. El T-MEC no será revisado únicamente como un acuerdo comercial, sino como un termómetro del lugar que ocupa México en el mundo. Cada cláusula discutida reflejará no solo intereses económicos, sino la correlación real de fuerzas.
La historia enseña que las naciones no pierden influencia de golpe; la pierden cuando confunden principios con rigidez y convicción con aislamiento. La revisión del T-MEC será, en ese sentido, un examen de madurez estratégica. No bastará con tener datos sólidos ni cifras favorables. Será indispensable reconstruir puentes, leer el contexto global y entender que, en la política internacional, la soledad rara vez es una virtud.
La pregunta no es si México puede sostener la negociación. La verdadera pregunta es cuánto margen tendrá para hacerlo sin aliados, sin bloque y sin red política. Porque en el mundo real —más allá de los discursos— los tratados se renegocian con números en la mesa, pero se deciden con poder. Y hoy, ese poder se ejerce mejor en compañía que en la intemperie.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengan un excelente INICIO de semana lector@s.
*_El columnista es académico y analista político; ha escrito los libros Un país imaginario y Tras las cortinas del poder. Escribe todos los martes y viernes, su columna, Cambio de ritmo._