Columnas

Renovarse o repetirse

"Los partidos nacen de las ideas, pero mueren de las ambiciones.", Georges Clemenceau
Isidro Aguado Santacruz Archivo

Hay amores que envejecen sin morir y partidos que sobreviven sin vivir. El Partido Acción Nacional es uno de ellos. Intentó maquillarse de nuevo, rediseñar su logo, romper alianzas y prometer frescura, como quien se mira al espejo tras una ruptura y jura que esta vez será distinto. Pero en política, como en el amor, los cambios cosméticos no bastan cuando el alma sigue vacía.

El PAN nació en 1939, en tiempos del cardenismo, bajo la inspiración de Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna y un grupo de intelectuales católicos que, hartos del autoritarismo del régimen posrevolucionario, quisieron levantar una voz moral frente al poder. Acción Nacional no nació como un partido de masas, sino como una escuela de civismo. Su lema no era conquistar el poder, sino dignificar la política. Pretendía ser conciencia, no gobierno. Pero los ideales, como las promesas de amor eterno, suelen desgastarse cuando se prueban en la realidad.

Durante décadas, el PAN fue oposición decorosa, casi quijotesca. Mientras el PRI controlaba sindicatos, medios, elecciones y presupuestos, los panistas defendían principios en solitarias tribunas. En los años cuarenta y cincuenta, su presencia era testimonial. Pero algo empezó a germinar: ciudadanos cansados del control absoluto del sistema. En 1983, un acontecimiento rompió la monotonía del mapa político: el PAN ganó la alcaldía de Chihuahua. Era una grieta en el muro. Seis años después, en 1989, Baja California se convirtió en el primer estado en la historia moderna donde el PRI perdió una gubernatura. El triunfo de Ernesto Ruffo Appel fue más que una victoria electoral: fue la señal de que el país podía cambiar.

Aquel 2 de julio de 1989 fue, para muchos, el inicio de una nueva era. La democracia, que parecía mito, mostraba un resquicio de luz. El PAN se expandió. Gobernó Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Yucatán, Aguascalientes. En 1995, el partido ya administraba más de 400 municipios y seis estados. Había pasado de ser conciencia a ser poder. Pero el poder, ese animal que todo lo devora, empezó a domesticarlo.

El año 2000 marcó la gloria: Vicente Fox, el ranchero de botas y lenguaje bronco, se convirtió en el primer presidente no priista en más de siete décadas. México celebró la alternancia como quien respira después de una larga asfixia. Pero el festejo duró poco. Fox prometió un cambio profundo, y terminó preso de las inercias. Las reformas estructurales se atoraron, la corrupción sobrevivió con otros apellidos, y el país siguió arrastrando la desigualdad de siempre. En 2006, Felipe Calderón heredó un país dividido y apostó por una guerra contra el narcotráfico que convirtió el territorio en campo de sangre. Según datos oficiales, entre 2006 y 2012 más de 120 mil personas murieron en enfrentamientos, ejecuciones y desapariciones. En nombre del orden, el país perdió la paz.

Cuando el PAN perdió la presidencia en 2012, no fue solo una derrota electoral: fue el colapso de su identidad. Los mismos ciudadanos que lo habían visto como símbolo de cambio lo percibieron como prolongación del mismo poder de siempre. La alternancia se volvió espejismo. Y desde entonces, Acción Nacional vaga entre la nostalgia del pasado y el extravío del presente.

Hoy intenta reinventarse. Cambia logotipo, rompe con el PRI, promete apertura a ciudadanos. Su dirigencia convoca a un relanzamiento, promete escuchar, adaptarse, competir. Pero la historia mexicana enseña que cada partido, tarde o temprano, se parece al poder que combate. Y el PAN, que nació como antítesis del autoritarismo, hoy padece su propia burocracia. Donde antes había mística, hay mercadotecnia. Donde había doctrina, hay propaganda.

Gobernó estados prósperos y los perdió por los mismos vicios que criticó. En Baja California, su bastión histórico, la corrupción inmobiliaria y los escándalos de nepotismo erosionaron su credibilidad. En Guanajuato, su último bastión firme, la violencia y los feminicidios se dispararon sin control: más de 3,000 homicidios por año según cifras del Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública. En Querétaro y Yucatán, sus gobiernos conservaron estabilidad, pero no alma. Gobernar se volvió administrar, y administrar se volvió sobrevivir.

Hoy, mientras el oficialismo concentra el poder bajo el discurso de la "Cuarta Transformación", el PAN parece incapaz de formular una alternativa convincente. No basta con decir "no" al gobierno. El país necesita escuchar un "sí" distinto, uno que convoque a imaginar otro México posible. Pero en su afán por parecer moderno, el blanquiazul corre el riesgo de perder lo poco que le queda: su memoria. Un partido que olvida de dónde viene, termina sin saber a dónde va.

La política mexicana es un espejo que repite. PRI, PAN, Morena: los nombres cambian, las prácticas persisten. Todos buscan el poder, pero pocos se preguntan para qué. Y ahí está la raíz del desencanto nacional. El poder se ha convertido en fin, no en medio. Los políticos, en administradores del desencanto. El PAN nació para recordar que la política debía tener un sentido ético, y hoy lucha por recordar su propio sentido.

Quizá el verdadero problema no es que los partidos envejezcan, sino que pierdan la capacidad de amar a su país. Porque el amor —también el político— no consiste en poseer, sino en servir. Y el PAN, como tantos otros, ha confundido patria con patrimonio, doctrina con marketing, servicio con ambición.

Si el partido quiere renacer, no basta con repintar su logo ni cambiar de pareja electoral. Tiene que recuperar la fe en la ciudadanía, volver a hablar con la gente sin soberbia, sin moralinas. Volver a la plaza pública, a los barrios, a los pueblos. Volver al México real, el que trabaja sin promesas y sobrevive sin partidos.

La historia del PAN es, en el fondo, una parábola mexicana: la de un sueño moral que, al tocar el poder, olvidó su propósito. Su desafío no es vencer a Morena, sino vencer su propio cinismo. Porque al final, ningún color, ni azul, ni rojo, ni guinda, salvará al país mientras la política siga siendo un espejo donde todos buscan poder, pero nadie busca sentido.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengan un excelente inicio de semana lector@s.

*_El autor es escritor, académico, analista político y jurista, cuya obra entrelaza la filosofía, la historia y el derecho. Su pensamiento, lúcido y profundamente humano, explora la fragilidad moral del individuo frente al sistema, y la conciencia social como único camino posible hacia la dignidad y la libertad.

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