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CAMBIO DE RITMO

San Quintín: el otro México que florece entre la tierra y el mar

Cuentan los ancianos de San Quintín que, cuando el mar todavía parecía un espejo virgen y los vientos bajaban desde las sierras con olor a polvo y a sal, la tierra se entregaba a quien se atreviera a trabajarla.
Isidro Aguado Santacruz Archivo

_"Los pueblos no nacen cuando los funda la ley, sino cuando sus habitantes deciden dejar de ser invisibles"_

Por Isidro Aguado Santacruz

Cuentan los ancianos de San Quintín que, cuando el mar todavía parecía un espejo virgen y los vientos bajaban desde las sierras con olor a polvo y a sal, la tierra se entregaba a quien se atreviera a trabajarla. Un joven inmigrante, llegado desde el sur, cavó con sus propias manos el primer surco de tomate. A su lado, una mujer kumiai enseñaba a sus hijos a distinguir las hierbas curativas de las que dañan. Ninguno de los dos sabía que estaban inaugurando un destino: el de una tierra que sería, décadas después, municipio y refugio de los que creen que la vida se funda en la resistencia, en la mezcla, en la esperanza de un día más fecundo.

San Quintín no nació de decretos fríos ni de líneas trazadas en un escritorio. Nació de la necesidad. Durante mucho tiempo fue una extensión lejana de Ensenada, una especie de frontera dentro de la frontera. Quienes vivían ahí sabían que estaban lejos del poder y de las decisiones: los caminos eran largos, el agua escasa, las instituciones remotas. De esa distancia nació la exigencia, y de la exigencia, la lucha por el reconocimiento. No fue sino hasta 2020 que se erigió formalmente como municipio, el sexto de Baja California. No es casualidad: los pueblos se convierten en municipios no porque alguien lo disponga, sino porque los habitantes deciden dejar de ser invisibles.

En San Quintín la historia se escribe con manos callosas. La agricultura es aquí no solo un medio de vida, sino una epopeya cotidiana. Los campos de jitomate, fresa, pepino y arándano son auténticos mares verdes y rojos que sostienen no solo la economía local, sino la de toda la península. Y, sin embargo, esa riqueza contrasta con la precariedad de quienes la producen. Jornaleros indígenas, llegados de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, conviven con los pueblos originarios de la región, creando un mosaico cultural tan diverso como complejo. Entre los surcos se escuchan mixteco, triqui, zapoteco y náhuatl, lenguas que cargan siglos de resistencia y que, en San Quintín, siguen cantando su vigilia.

La gastronomía es otro territorio donde San Quintín se reinventa. Quien pruebe sus pescados y mariscos frescos —la almeja generosa, el abulón, el erizo de mar— sabrá que aquí el océano habla en el paladar. A esa tradición se suman los sabores del sur traídos por los jornaleros: el mole oaxaqueño que se comparte en las fiestas, el tamal de frijol envuelto en hoja de plátano, el atole que reconcilia la nostalgia con la tierra adoptada. San Quintín no solo se alimenta: dialoga en la mesa.

Pero no todo es poesía en este rincón del otro México. La historia reciente está marcada por la protesta, por la memoria de aquel 2015 en que miles de jornaleros se levantaron en huelga para exigir mejores condiciones laborales. Fue un grito que sacudió conciencias: "No somos máquinas, somos seres humanos". Aquel eco aún resuena, recordándonos que San Quintín es también un espejo de las contradicciones nacionales: riqueza que convive con marginación, progreso económico que no siempre se traduce en justicia social.

¿Qué hacen los ciudadanos de San Quintín? Resisten y crean. Fundan cooperativas pesqueras, levantan pequeñas empresas familiares, organizan festivales culturales donde conviven la danza de los viejos abuelos con los acordes modernos de guitarras eléctricas. Se reinventan en la adversidad. Para muchos jóvenes, el reto es decidir si quedarse en el campo o migrar al norte en busca del espejismo estadounidense. Cada decisión, cada vida que se queda o que se va, escribe un capítulo más de la frontera interior que define a este municipio.

San Quintín nos obliga a mirar de frente un tema que la política suele disfrazar: la centralidad de la periferia. Es decir, la capacidad de los márgenes de construir nación desde abajo. No es un simple paisaje de sierras y valles; es un laboratorio de la multiculturalidad, un espejo donde la nación mexicana puede reconocerse en su pluralidad.

En su fundación como municipio late una lección política: ningún pueblo debe esperar a ser "concedido". El reconocimiento es fruto de la lucha. Así ocurrió aquí, donde la geografía, la distancia y la marginación se convirtieron en argumentos de dignidad. Al independizarse de Ensenada, San Quintín nos recuerda que la democracia no es solo elegir gobernantes, sino también decidir dónde empieza y dónde termina la patria local.

Por eso, hablar de San Quintín es hablar de México en miniatura. Aquí se cruzan los dilemas de la modernidad y la tradición, del trabajo digno y la explotación, de la riqueza natural y la amenaza de su depredación. Aquí los ciudadanos no esperan la dádiva: siembran, pescan, cocinan, marchan, negocian, celebran. Aquí la cultura no es un museo, es una práctica viva.

El otro México, ese que apenas aparece en los discursos oficiales, late con fuerza en San Quintín. Nos interpela. Nos exige preguntarnos qué entendemos por desarrollo, qué valor le damos a la diversidad cultural, cuánto pesa en nuestra conciencia colectiva la vida de quienes trabajan la tierra que nos alimenta.

Tal vez la enseñanza más grande que nos ofrece este municipio joven, pero con historia milenaria, es que la nación se construye también desde los márgenes. Desde los valles donde las fresas maduran bajo un sol inclemente, desde las cocinas donde se mezclan mariscos con mole, desde las voces indígenas que se niegan a desaparecer.

San Quintín es un recordatorio de que el México profundo no está en el pasado ni en los libros polvosos: está vivo, produce, crea, exige y sueña. Y quizás, solo quizás, si lo miramos de frente, podamos reconciliarnos con esa parte de nosotros mismos que tantas veces hemos ignorado.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengan un excelente fin de semana lector@s.