25/07/2025 16:40 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 25/07/2025
_"Cuando la injusticia se vuelve ley, la resistencia se vuelve deber."_ Bertolt Brecht
Por Isidro Aguado Santacruz
A las seis de la mañana, cuando el sol aún bosteza entre los cerros de Tijuana, cientos de cuerpos se mueven como sombras en el silencio. Las banquetas comienzan a llenarse de pasos cansados que se apuran a cruzar la ciudad entera por una jornada que apenas alcanzará para subsistir. Son hombres y mujeres, madres solteras, migrantes, jóvenes que apenas rebasan la mayoría de edad y ya cargan con el peso de un país que no supo abrazarlos. Van a la maquiladora, al mercado sobre ruedas, a cuidar a los hijos de otros, a sobrevivir con lo poco que tienen. Y aun así, a diario, hacen milagros.
El milagro de comprar una cartera de huevos que ya no baja de 90 pesos. El de llevar a casa un kilo de tomate que puede costar 30. El de darle una manzana a un hijo cuando ya parece un lujo. Lo extraordinario, en Tijuana, no es la economía, es la resistencia. Porque aquí, en esta frontera de promesas rotas y esperanzas migrantes, el tijuanense ha aprendido a vivir con la mitad de lo necesario y el doble de lo que puede aguantar.
Lo dicen los datos, pero lo grita la calle. Según el INEGI, la inflación en Tijuana alcanzó el 4.89% en el arranque del mes, ubicando a la ciudad entre las de mayor incremento en el país. En lo que va del año, el aumento acumulado de precios en alimentos y bebidas no alcohólicas supera el 8% en la región fronteriza. Productos básicos como el azúcar, el arroz, el huevo y el aceite vegetal han experimentado alzas de entre 15% y 30% en comparación con el mismo periodo del año anterior, según datos del Sistema Nacional de Información e Integración de Mercados (SNIIM).
Y aunque el número parece frío, casi técnico, la verdad es que ese aumento significa hambre. Significa renunciar al aguacate, al limón, a la uva, a la carne. Significa contar los pesos una y otra vez antes de entrar al mercado. Significa que, aunque el salario mínimo se ha elevado, aún hay empresas que pagan en efectivo para evitar responsabilidades, otras que disfrazan la precariedad con bonos de lealtad o jornadas extendidas. Y en medio de todo eso, está la gente que sigue trabajando, que no se rinde.
Tijuana se sostiene sobre la espalda de quienes no se quejan porque no tienen tiempo para hacerlo. Esa es nuestra injusticia y también nuestra tragedia. Porque mientras los precios suben quincenalmente, como lo reconoce la propia Jimena, vendedora de frutas en un mercado local, los ingresos no lo hacen. Y entonces, el milagro se vuelve rutina: ajustar los gastos, reducir la porción, postergar el dentista, olvidar la idea de ahorrar. La pobreza aquí no se grita, se calla por pudor, se oculta por dignidad.
Los mercados sobre ruedas, esos pequeños refugios de economía local, intentan equilibrar la balanza. Son la trinchera del tijuanense, el lugar donde aún se negocia con empatía, donde el vendedor conoce al cliente y sabe que si no le alcanza hoy, volverá mañana. Allí se sostiene el espíritu comunitario que ninguna política pública parece recordar. Porque si algo falta en Tijuana, no es esfuerzo. Faltan políticas sociales con rostro humano, no estadísticas vacías. Falta justicia económica, no discursos.
Y sin embargo, en vez de sentarse a pensar soluciones colectivas, nuestros políticos se lanzan ataques mezquinos, reducen la realidad a una guerra de declaraciones y encuestas. En vez de ver al comerciante que apenas sobrevive, al joven que trabaja y estudia, a la madre que hace turnos dobles, ven oportunidades electorales, no humanas.
¿Acaso no es tiempo de preguntarnos qué necesita de verdad Tijuana? ¿Qué requiere Baja California para dejar de ser tierra de sacrificios silenciosos? No hace falta ser economista para saber que el dinero no alcanza. Hace falta ser humano. Lo que urge es implementar políticas de subsidio directo al consumo básico, de fortalecimiento al comercio local, de dignificación del salario más allá del mínimo legal. Programas reales de control de precios en productos esenciales. Incentivos fiscales para quienes formalizan a sus trabajadores. Y, sobre todo, voluntad. La voluntad política de mirar al pueblo sin miedo a perder el poder por hacerlo.
Según el CONEVAL, el 30.2% de la población en Baja California se encuentra en situación de pobreza moderada o extrema, mientras que el 24.6% tiene carencias por acceso a la alimentación nutritiva y de calidad. Además, el salario mínimo, que en la Zona Libre de la Frontera Norte es de $374.89 pesos diarios (2025), no se traduce necesariamente en una mejora de vida cuando el costo de la canasta básica alimentaria supera los $2,500 mensuales por persona, de acuerdo con la PROFECO.
Aquí, en esta tierra que ha sido promesa de muchos y patria de nadie, los tijuanenses siguen construyendo futuro con las manos vacías. Se merecen más. Se merecen todo.
Porque un pueblo que sobrevive a la inflación con dignidad es un pueblo que merece respeto, no indiferencia. Y tal vez, solo tal vez, si algún día nuestros representantes decidieran caminar temprano entre los mercados, cargar una bolsa de verduras, mirar a los ojos a quienes venden para comer, entenderían de una vez por todas que el verdadero milagro de Tijuana no está en sus cifras, sino en su gente.
Y ese milagro merece, al menos, justicia.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.