Un primero de septiembre entre cambios y contrastes
"No hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo y del ejecutivo." — Charles-Louis de Secondat, barón de La Brède y de Montesquieu
Por Isidro Aguado Santacruz
Vaya que este primero de septiembre nos trajo un aire de cambios y memorias. Aulas abiertas y tribunas encendidas se mezclan en un mismo día. No es casualidad que, justo en el umbral del mes patrio, cuando la historia se viste de verde, blanco y rojo, el país se asome a su propio espejo: niñas y niños con mochilas nuevas regresan a las escuelas, mientras los adultos, con trajes y discursos, retornan a la solemnidad de la política. Entre pizarrones recién limpiados y curules en San Lázaro, se entreteje una misma pregunta: ¿qué nación estamos construyendo?
Más de 880 mil estudiantes en Baja California, y millones en todo México, cruzaron este lunes las puertas de más de cinco mil planteles. Sus pasos, tímidos o ansiosos, parecían anunciar que el futuro aún puede escribirse con lápiz y cuaderno. Entre pupitres desgastados se juega la esperanza de un país que a menudo confunde progreso con discurso. El regreso a clases no es un acto administrativo: es la afirmación de que seguimos apostando a la palabra, al cálculo, al descubrimiento, frente a una realidad que insiste en distraernos con ritos políticos.
Porque ese mismo día, en otro escenario, se repitió una ceremonia ancestral: la rendición de cuentas del Poder Ejecutivo. Doscientos años han pasado desde que Guadalupe Victoria inauguró la costumbre de los informes presidenciales. Aquella joven república, apenas salida de la guerra, se mostraba orgullosa de haber alcanzado un poco de tranquilidad. Hoy, la ceremonia persiste, aunque su sentido ha mutado. Lo que alguna vez fue el testimonio solemne de un mandatario ante la nación se convirtió durante décadas en un espectáculo donde la verdad se medía en minutos de ovación. En 1974, un presidente habló cuatro horas, interrumpido más de cien veces. El poder era sinónimo de eco.
Ayer, el informe se pronunciaba desde otros espacios, y el debate se multiplicaba en tribunas, pantallas y cafés. Lo que no cambia es la necesidad de preguntarnos: ¿es rendición de cuentas o es teatro?
Los que fueron los últimos días de agosto y el primero de septiembre, la escena tuvo tres protagonistas. En Palacio Nacional, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó su primer informe. Habló de un "momento estelar", de cifras alentadoras y de reformas que buscan enterrar el nepotismo y la corrupción en el Poder Judicial. Reivindicó la dignidad como eje de la llamada cuarta transformación y situó a México como un actor respetado en la diplomacia global. Su discurso, plagado de datos económicos y conquistas sociales, apeló a un optimismo que pocos mandatarios se atreven a sostener en tiempos convulsos.
Al mismo tiempo, en la Suprema Corte, Hugo Aguilar tomó protesta como presidente. Por primera vez en 168 años, un indígena ascendía a ese cargo, después de Benito Juárez. Aguilar alzó el bastón de mando no como adorno meramente decorativo, sino como símbolo de una deuda histórica que comienza a saldarse. "Sin la reforma judicial, los pueblos indígenas no tendríamos la presencia que hoy tenemos en la vida pública", dijo, recordándonos que la justicia solo se entiende cuando es plural. El bastón no fue un objeto de museo, sino un recordatorio de que la autoridad en México también debe cargar con la memoria y la espiritualidad de la comunidad.
Y en el Senado, tres días antes, el 29 de agosto, Laura Itzel Castillo Juárez rindió protesta como presidenta de la Mesa Directiva. Ese gesto, aparentemente rutinario, marcó el inicio de una legislatura que deberá dialogar con la presidencia y con la Corte, en un país donde las tensiones entre poderes no son simples debates jurídicos, sino batallas por el rumbo de la democracia. Sin embargo, no podemos pasar por alto lo ocurrido hace apenas unos días en esa misma Cámara: el penoso enfrentamiento entre Gerardo Fernández Noroña y Alejandro Moreno. Una escena que se volvió viral a nivel internacional, dejando a México en ridículo y evidenciando que nuestro Congreso puede convertirse en ring antes que en espacio de debate. Si ya cargamos con la burla de nuestro vecino del norte, ahora exhibimos nuestras miserias ante todos. Ojalá la nueva presidencia del Senado le imprima seriedad a un poder que merece respeto, y no la degradación que vimos con un presidente que prefirió la agresión a la oposición antes que el argumento.
Así, en estos días, México abrió escuelas, presentó un informe, renovó la Corte y cambió la mesa directiva del Senado. Cuatro escenarios, una misma nación: la educación, el Ejecutivo, el Judicial y el Legislativo entrelazados en una coreografía que puede ser armónica o caótica.
Pero conviene recordar algo más profundo: el primero de septiembre no es un accidente en el calendario. Está sembrado en la historia, Ignacio Allende comunicaba a Hidalgo sus proyectos de insurrección. Era agosto de 1810, y las semillas de la independencia ya germinaban. Hoy, dos siglos después, seguimos buscando la independencia verdadera: la de la desigualdad, la de la corrupción, la del olvido hacia nuestros pueblos originarios y nuestros migrantes.
El primero de septiembre es un espejo en el que se reflejan dos Méxicos: el que se entusiasma con cada reforma y cada cifra alentadora, y el que aún carga con aulas sin pupitres, hospitales sin medicinas y comunidades sin agua. Es el día en que nos preguntamos si las palabras del poder resuenan en las calles de tierra, si el brillo de los discursos ilumina las cocinas donde las madres cuentan monedas para la leche.
Por eso, más que un rito, este día debe ser una invitación: no aplaudir, sino cuestionar; no repetir, sino pensar; no esperar, sino exigir. Septiembre comienza y, con él, el mes patrio nos recuerda que la historia no se hereda: se honra y se actualiza.
Los niños que hoy regresaron a clases, los jueces que hoy juraron, los senadores que tomaron protesta y la presidenta que habló desde Palacio son parte de la misma nación. La pregunta es si nosotros, como ciudadanos, sabremos estar a la altura de este tiempo.
Porque al final, el primero de septiembre no es solo un día de informes: es un espejo donde México se contempla. Y en ese reflejo, más que escuchar discursos, deberíamos aprender a escuchar el murmullo persistente de la historia que nos pregunta: ¿qué país queremos ser?
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.