
24/06/2025 19:04 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 24/06/2025
_El derecho internacional no es una utopía. Es el último baluarte contra la barbarie."_
— Antonio Cassese
Por Isidro Aguado Santacruz
La enemistad entre Irán e Israel no surgió de una noche de misiles, sino de décadas marcadas por traiciones ideológicas, temores existenciales y el colapso de viejas alianzas. Antes de la Revolución Islámica de 1979, ambos países mantenían relaciones estratégicas; Irán, bajo el régimen del Sha, fue uno de los pocos países musulmanes que reconocía al Estado de Israel. Pero tras la llegada de Ruhollah Jomeiní al poder, todo cambió: el nuevo régimen teocrático no solo rompió relaciones diplomáticas, sino que erigió su política exterior sobre la negación de Israel y el apoyo abierto a movimientos armados como Hezbolá y Hamás. Desde entonces, ambos Estados han librado una guerra no declarada, plagada de sabotajes, ciberataques, asesinatos selectivos y confrontaciones indirectas, tejidas en el oscuro entramado de la geopolítica regional.
Cuando Oriente arde, no hay continente que no huela a humo. Desde que el conflicto entre Irán e Israel estalló a inicios de junio, con la intervención militar directa de Estados Unidos el pasado 15, el planeta ha contenido el aliento. En una semana, el equilibrio global ha cambiado de tono. Lo que comenzó como un ataque en represalia se ha convertido en una amenaza estructural al orden jurídico internacional, al comercio mundial y a la estabilidad energética de todos los países, incluyendo —y no de forma menor— a México.
Israel lanzó el primer golpe el 8 de junio, atacando puntos estratégicos de infraestructura iraní en Isfahan, Bushehr y Natanz, bajo el pretexto de una legítima defensa anticipada ante un supuesto ataque inminente de Irán. Sin embargo, la Carta de las Naciones Unidas, en su artículo 2, fracción 4, establece con claridad que "todos los miembros se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado". La llamada "defensa preventiva" carece de sustento jurídico. La reacción iraní, con ataques a bases israelíes en los Altos del Golán y posteriores bombardeos en Haifa, tampoco puede justificarse.
El 15 de junio, Estados Unidos intervino con una ofensiva quirúrgica sobre tres instalaciones nucleares clave de Irán: Fordow, Arak y Natanz. Lo hizo utilizando la llamada GBU-57A/B, conocida como "Massive Ordnance Penetrator" —una bomba de más de 13 toneladas, nunca antes usada en combate. Lo que era un conflicto regional escaló en apenas 48 horas a una pugna triangular entre tres potencias con intereses incompatibles y discursos irreconciliables. El derecho internacional no sólo fue vulnerado: fue arrollado con cinismo.
Según el informe 2024 del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), Israel mantiene entre 80 y 90 ojivas nucleares, aunque nunca ha reconocido oficialmente su arsenal ni permite inspecciones del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Irán, en contraste, ha firmado y ratificado el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) desde 1970 y permite visitas del OIEA. En 2023, la entidad internacional confirmó que Irán tenía reservas de uranio enriquecido al 60% de pureza, aún por debajo del 90% necesario para un arma nuclear, pero técnicamente a pocas semanas de lograrlo.
Israel, que no ha ratificado el TNP, se arroga el derecho de impedir el desarrollo nuclear de su adversario, ignorando que su propia existencia como potencia atómica en la región desequilibra el sistema de disuasión. Y Estados Unidos, en su afán de evitar un nuevo Hiroshima en manos chiitas, ha sacrificado el principio básico de legalidad por razones estratégicas.
México, que no tiene intereses bélicos en la región pero sí una red económica interdependiente con sus actores, no es ajeno a las consecuencias. El impacto fue inmediato: el peso mexicano cayó un 0.37% el lunes 17 de junio, cotizando hasta en 18.99 pesos por dólar, según reportes de Banco Base. En los mercados internacionales, el precio del barril de petróleo Brent se disparó un 8.4%, cerrando en 91.15 dólares, su punto más alto en ocho meses.
¿Por qué importa esto? Porque México importa más del 72% de la gasolina que consume, en su mayoría de refinerías estadounidenses. Un aumento sostenido del crudo afectaría no sólo los precios del transporte y los alimentos, sino toda la cadena productiva. Además, empresas mexicanas como Pemex, cuya deuda alcanza los 106 mil millones de dólares, enfrentan más presión financiera ante un mercado volátil.
El comercio también tiembla. México mantiene con Israel un tratado de libre comercio desde 2000. En 2023, el intercambio comercial bilateral fue de 1,510 millones de dólares, con importaciones mexicanas que incluyen equipos médicos, circuitos integrados, tecnología agrícola y telecomunicaciones. Israel ha invertido en México más de 2,400 millones de dólares en los últimos 24 años. Con Irán, el comercio es mucho más modesto —3 millones de dólares en importaciones mexicanas en 2023, principalmente de componentes electrónicos—, pero aun así constituye un canal diplomático y económico que conviene preservar.
Y, por supuesto, está Estados Unidos. México exporta al país vecino más del 80% de sus bienes, con un comercio bilateral que superó los 793 mil millones de dólares en 2023. Millones de mexicanos viven allá, más de 36 millonessegún el censo estadounidense, y al menos 12 millones son trabajadores activos. Una escalada bélica en Medio Oriente incrementa la presión migratoria, endurece las posturas antiinmigrantes y recrudece la xenofobia. Las elecciones de noviembre en EE.UU. podrían girar no sólo sobre economía o empleo, sino sobre guerra y seguridad, lo que podría arrastrar a los mexicanos al centro de un discurso nacionalista y excluyente.
La posición de la presidenta Claudia Sheinbaum, hasta ahora mesurada, responde a la tradición pacifista de la diplomacia mexicana. Sin embargo, la historia enseña que hay momentos en que la neutralidad absoluta no es posible. No basta con llamar a la paz. Es necesario denunciar las violaciones flagrantes al derecho internacional, provengan de donde provengan. México, firmante del Tratado de Tlatelolco, promotor del desarme nuclear en América Latina y defensor del multilateralismo, debe ser coherente con su legado.
En un mundo donde el derecho internacional ha sido reducido a papel quemado, donde los tratados son rehenes de la geopolítica y los valores son invocados según conviene, México debe defender su propio interés: el interés por la legalidad, por el respeto mutuo, por la soberanía de los pueblos y por la paz justa, no por la imposición de la fuerza.
Porque si callamos hoy ante la violación de la ley por los poderosos, mañana nadie escuchará nuestros reclamos cuando esa misma fuerza nos alcance. México debe estar del lado de la ley. No por simpatía con Irán, no por complicidad con Israel, ni por sumisión a Estados Unidos. Sino por respeto a sí mismo.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente inicio de semana lector.