
06/06/2025 13:56 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 06/06/2025
Tijuana Lee, 40 Veces
"Los libros no cambian el mundo. Los libros cambian a las personas, y las personas cambian el mundo."— Malala Yousafzai
Por Isidro Aguado Santacruz
A lo largo de los siglos, en los caminos polvorientos de nuestra historia mexicana, los libros han sido tan escasos como el agua en el desierto y tan valiosos como el oro enterrado bajo las piedras. Crecimos entre héroes de bronce y epopeyas de independencia, pero rara vez nos enseñaron a amar a los autores que escriben en voz baja, en cuartos oscuros, con las uñas rotas y el corazón en llamas. En México, la lectura nunca fue prioridad: fue un lujo para pocos, una sospecha para muchos, una extravagancia mal comprendida por la mayoría.
Y sin embargo, contra todo pronóstico, los libros han resistido. Han sobrevivido guerras, regímenes, crisis económicas y revoluciones. Son objetos callados y potentes, testigos silentes de nuestras derrotas y nuestras esperanzas. En el norte del país —y particularmente en Tijuana— su presencia ha sido más bien tenue, casi clandestina. Por eso, hoy que la Feria del Libro de Tijuana abre sus puertas por cuadragésima ocasión, no solo debemos celebrarla: debemos defenderla.
Cuarenta ediciones no son poca cosa en un país donde se cierran librerías más rápido de lo que se inauguran escuelas, y donde el presupuesto para cultura se discute con menos seriedad que el de un estadio de béisbol. Este evento, que por décadas encontró cobijo en el Centro Cultural Tijuana, resiste hoy en el Museo El Trompo, sostenido por libreros y ciudadanos comprometidos, por los pocos aliados institucionales que aún creen que leer no es un lujo, sino un acto de resistencia.
La historia comenzó en 1980, cuando don Alfonso López Camacho y un grupo de libreros sembraron una semilla en tierra dura. Tijuana no era conocida entonces por su vocación literaria. Era una ciudad de paso, de fuga, de fronteras. Y, sin embargo, desde entonces —salvo por las interrupciones provocadas por la negligencia oficial o las contingencias globales— la Feria se ha mantenido como un refugio para las letras. Durante el sexenio 2012-2018, el CECUT destinaba al menos tres millones de pesos anuales para su realización. Pero desde 2018, bajo la gestión de Vianka Robles Santana, ese respaldo desapareció. Las ediciones de 2021 y 2022 fueron canceladas; las de 2023 y 2024 se sostuvieron a pulmón. La de este año, costeada con esfuerzo ciudadano, confirma una lección histórica: cuando el Estado abandona, la sociedad civil responde.
¿Por qué nos debería importar una feria de libros en una ciudad donde, según el INEGI, el promedio de lectura apenas llega a 2.4 libros por persona al año —el más bajo entre las ciudades fronterizas? Porque detrás de ese número hay una tragedia cultural: bibliotecas escolares cerradas, escuelas que no fomentan el hábito lector, aulas llenas de pantallas y vacías de imaginación. Porque sin lectores no hay ciudadanía crítica. Sin lectura no hay democracia.
Vivimos en una época donde muchos jóvenes recitan letras de corridos tumbados —salpicados de misoginia y narcocultura— con una exactitud que haría sonrojar a Homero, pero no pueden nombrar a un solo autor mexicano vivo. No se trata solo de una batalla generacional, sino de una derrota estructural. La lectura no se enseña como placer, sino como obligación. La red no ha sustituido a los libros, pero sí ha debilitado nuestra voluntad de leerlos. En México, mientras la televisión y las redes siguen siendo la principal fuente de información, el libro compite contra el algoritmo... y pierde.
En países como Finlandia, Corea del Sur o Noruega, la lectura es política de Estado. Allá, las ferias del libro son celebraciones nacionales, no trincheras culturales. Aquí, pelear por un micrófono, por un stand, por un poco de atención, es todavía parte del paisaje. Aquí, los escritores deben pagar su propio tiraje, y vender libros en ferias locales donde el eco de su voz compite con el reguetón de algún stand vecino.
Y sin embargo, en medio de este panorama hostil, florecen milagros. Los libros se venden. Las editoriales independientes resisten. Los autores locales emergen. Aún hay jóvenes que buscan en la lectura la brújula que no encuentran en TikTok. Aún hay adultos mayores que recuerdan el olor de los libros viejos como un amor de juventud. Aún hay niñas y niños que, si alguien les lee una historia, se quedan quietos, maravillados, preguntando: "¿Y luego qué pasó?"
Yo mismo, como autor local, he caminado por los pasillos de estas ferias con el corazón latiendo al compás de cada lector, no hay honor más grande. No escribimos solo para ser leídos: escribimos para no olvidar, para dejar constancia, para tender puentes.
Visiten la feria. No solo por mí, ni por los autores que ahí estarán, sino por ustedes. Porque entre tantos géneros y páginas, hay uno que puede hablarles directamente al alma. Porque aferrarse a un libro hoy es, quizá, el acto más revolucionario que nos queda.
Imagino el día en que un niño, saliendo de la feria, grite en plena calle el título de un libro con la misma pasión con la que otros cantan Ella baila sola. Un título como Pedro Páramo, Aura, Los detectives salvajes, La región más transparente o Los indolentes, como si fuera un himno, un grito, una respuesta.
Porque en esta esquina del país donde muchos creen que solo se pasa, hay quienes escriben para quedarse. Y mientras exista esta feria, mientras haya lectores —aunque sean pocos—, Tijuana no será solo una frontera: será también una página por escribir.
Como decía Umberto Eco: "El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee, habrá vivido 5,000 años."
Nos vemos entre libros. Nos vemos entre ideas. Nos vemos en la resistencia.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.