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Votar o no votar este 1 de junio

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

30/05/2025 09:44 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 30/05/2025

"La democracia es un lujo que no se nos concede todos los días, y cuando se nos concede, hay que cuidarla como se cuida una flor que no tiene reemplazo."
-Eduardo Galeano

Por Isidro Aguado Santacruz

Este domingo México no vivirá una elección, sino una ilusión electoral. La boleta estará llena, pero el poder ya está repartido. No se trata de decidir el rumbo del país, sino de simular que decidimos algo. Votaremos sin conocer, sin comprender y sin elegir realmente. Es el teatro de la democracia, con escenografía de urna y guion firmado desde el poder.

México se asomará al espejo de su democracia. Pero lo que encontrará no será una imagen clara ni particularmente reconfortante. Nada de fiesta cívica, ni de esas jornadas electorales que inspiran postales históricas. Lo que se avecina es un experimento quirúrgico a corazón abierto... y sin anestesia. Un intento de reformar —más bien, deformar— el Poder Judicial desde las urnas, pero con bisturí oxidado y sin protocolo.

La jornada no es menor: se pondrán en juego 2,681 cargos del Poder Judicial, algo inédito en la historia reciente del país. Y para quienes aún creen que esto se trata de elegir entre ideologías o proyectos de nación, una advertencia urgente: esto no es una elección popular. Quienes aparecen en la boleta no te representan. No son candidatas ni candidatos que hayan recorrido plazas públicas para explicarte sus propuestas. No fueron postulados por partidos, ni legitimados por el debate público. Son, en su mayoría, nombres extraídos de una tómbola burocrática, funcionarios judiciales o recién llegados al radar político por alguna mano invisible.
¿Puede una democracia sobrevivir cuando el ciudadano vota sin conocer, sin entender y sin opción real? ¿Qué clase de representación es esa en la que el votante no sabe a quién elige, ni el elegido sabe a quién representa?

Los cargos en disputa son: nueve ministras y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, dos magistraturas de la Sala Superior del Tribunal Electoral, quince magistraturas regionales, cinco en el Tribunal de Disciplina Judicial, 464 magistraturas de circuito, 386 jueces de distrito, y elecciones locales extraordinarias en veinte estados. En condiciones normales, esta estructura técnica debería permanecer inmune a las pasiones del voto y a los vaivenes del poder popular. ¿Por qué? Porque quien juzga no debe buscar aplausos, ni votos, ni likes. Debe buscar justicia.

Pero ese principio parece haberse desvanecido entre las pancartas.
El INE prohibió la distribución de "acordeones", esas hojitas útiles —y manipulables— que sugerían a quién votar. El Consejo General denunció que inducían el sufragio hacia ciertas candidaturas. Como si no fuera ya suficientemente confuso el proceso, ahora también es clandestino el instructivo. Votar, esta vez, es hacerlo a ciegas.

La narrativa oficial vende esto como una conquista democrática: "el pueblo podrá poner y quitar jueces". Pero esa frase, tan seductora como vacía, encubre una verdad más turbia: el pueblo no conoce a quienes vota, ni ellos conocen al pueblo. ¿Puede hablarse de representación cuando no hay conocimiento recíproco, ni mediación, ni responsabilidad política?

En la democracia representativa, se vota para que alguien defienda tus intereses. Pero ¿qué intereses te representa el juez 2718? ¿Quién te garantiza que esa magistrada siquiera recuerde de qué ciudad vienes, o qué causas te preocupan?
Votar aquí no es refrendar un mandato popular. Es participar en una obra de teatro donde el libreto ya fue escrito, las butacas están asignadas y el final, si no dictado, al menos muy sugerido.

¿Y si no votamos? ¿Y si optamos por abstenernos como protesta ante esta farsa?
Hay razones para ambas posturas.
Votar, incluso en estas condiciones, puede ser una forma de resistencia. Con estructuras operando, liderazgos activados y redes clientelares en marcha, la inacción deja que decidan quienes siguen la línea. Votar, incluso nulo, puede ser una forma de decir: "Estoy aquí, no consiento, pero tampoco me retiro".

Además, algunos postulantes tienen experiencia judicial o perfil técnico. No son mayoría, pero existen. En una Corte donde un solo voto puede frenar abusos, el margen importa. Uno solo con criterio propio puede pesar más que mil obedientes. Votar por esos perfiles no redime el proceso, pero puede contener el daño.

No votar, en cambio, también tiene un peso político. Esta reforma judicial no fue fruto del diálogo ni de una agenda de justicia. Fue reacción: venganza institucional por un fallo de la Corte que derrumbó reformas presidenciales. No tocó leyes, ni ministerios públicos, ni mejoró el acceso a la justicia. Sólo cambió quién elige, no cómo se imparte justicia.

La sobrerrepresentación legislativa, construida con ingeniería electoral, impuso una reforma que jamás fue debatida abiertamente. Decir que "el pueblo lo pidió" es una ofensa al álgebra democrática.
Y si la mayoría ciudadana no conoce a quienes figuran en la boleta, es porque nunca se les presentó con seriedad. No hubo campañas, ni debates, ni mecanismos de escrutinio. ¿Cómo confiar en un proceso donde uno tiene que elegir entre siglas sin rostro?

En ninguna democracia consolidada del mundo se eligen jueces supremos por voto popular directo. No ocurre en Alemania, ni en Francia, ni en Estados Unidos, donde sólo algunos jueces locales son votados, pero nunca los federales ni los de la Corte Suprema. La justicia no debe medirse por popularidad, sino por independencia.

El riesgo es más profundo: si este modelo triunfa, podría extenderse a todo el aparato institucional. Elegir al fiscal. Votar megaproyectos. Aclamar designaciones por consulta popular. El ideal democrático no es decidirlo todo por mayoría, sino establecer límites, pesos y contrapesos. De lo contrario, se convierte en una tiranía disfrazada de democracia directa.

Por supuesto, nunca falta la ironía: quienes voten este domingo podrán canjear un café mediano gratis en OXXO. Nada como una dosis de cafeína institucional para endulzar una decisión trascendental. Que no te representen no importa; que tu voto valga menos que un americano con azúcar extra, tampoco. Lo esencial es que el gerente regional haya firmado el convenio con entusiasmo patriótico.

Así que votar o no votar este domingo no es una disyuntiva entre lo correcto y lo equivocado, sino entre dos formas de inconformidad. Participar para resistir. Abstenerse para protestar. Anular para señalar. Pero nunca callar por apatía.
Porque lo que está en juego no es sólo una reforma judicial. Es el alma misma de nuestra democracia. Y esa, aunque no se postule, también puede ser derrotada.

¿Y después del 1 de junio?
El lunes amaneceremos con un nuevo mapa de poder. Si el oficialismo logra la mayoría calificada, veremos una aceleración inédita de reformas constitucionales, una presión directa sobre órganos autónomos y un rediseño institucional desde el poder ejecutivo. Si no la obtiene, empezará una nueva guerra de narrativa para justificar imposiciones por otras vías.

Lo que sigue no es calma, sino prueba. Prueba de si los ciudadanos entienden que una democracia no se defiende sólo con votos, sino con vigilancia, exigencia y voz crítica. De si la oposición logra construir algo más que resistencia. De si la sociedad civil vuelve a ocupar su lugar como contrapeso.

México no necesita votar más. Necesita votar mejor. Pero sobre todo, necesita decidir cuándo y cómo decir: "Hasta aquí".

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector