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Los que salen en la foto

"El mérito no es de quien sube, sino de quien al subir no olvida al que lo ayudó a subir", José Martí

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

21/06/2025 13:33 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 21/06/2025

Quiero hacer a un lado los acontecimientos que han pasado estos días en México. Hoy no deseo hablarles del caso de la guerra en otros países, ni del reciente anuncio del director general del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), Octavio Romero Oropeza, sobre la regularización de propiedades invadidas, ni de Donald Trump, ni del desplome de la inversión pública, ni de las manifestaciones que cada semana reflejan el descontento que crece como grieta bajo la superficie de nuestra democracia.

Quiero compartir con ustedes, lectores, algo que ha llamado mi atención desde hace tiempo, pero que estos días ha resonado con más fuerza: el fracaso político como destino de quienes no comprenden el poder, lo confunden con la apariencia y reducen su ejercicio a salir en la foto.

Hace poco, conversando con Víctor, un líder comunitario de esos que ya no caben en los esquemas partidistas ni en los discursos prefabricados, me dijo algo que quedó retumbando en mi memoria: "Lo único que saben hacer es salir en la foto; nosotros ponemos el cuerpo, ellos la sonrisa para el boletín." Víctor no busca cargos ni contratos. Su lucha es otra: caminar la colonia, tocar puertas, resolver lo urgente con lo poco que tiene. Y sin embargo, son otros los que se cuelgan medallas, los que llegan cuando todo está hecho, los que saludan con pose estudiada y se marchan con una imagen que no les pertenece.

En México, la política se ha vuelto, en demasiados casos, un simulacro. Hay quienes piensan que el poder se conquista con estrategias digitales, frases de moda y padrinos políticos. Pero olvidan que todo poder que no se construye con legitimidad, termina devorado por su propia falsedad. Lo decía Maquiavelo: "Quien asciende al poder sin esfuerzo ni mérito, lo perderá con la misma rapidez con la que lo obtuvo." Y si algo ha sobrado en nuestra historia son esos ejemplos.

Recordemos a Francisco León de la Barra, aquel presidente interino de 1911, nombrado tras la renuncia de Porfirio Díaz. Tenía la imagen, la educación, la diplomacia, pero no tenía pueblo. Gobernó de espaldas al México real, buscando agradar a los poderosos y silenciar a los que exigían justicia. Su mandato duró unos meses. Fue devorado por la historia y hoy pocos lo recuerdan. Lo mismo ocurrió con Pascual Ortiz Rubio, presidente en los años 30, impuesto por el maximato callista. Duró apenas tres años y renunció con la frase: "En México no manda el presidente." Detrás de él, como detrás de muchos hoy, solo había vacío.

Y no hace falta ir tan lejos. Cada sexenio, cada trienio, está lleno de figuras que aparecen y desaparecen sin haber dejado nada, salvo sus rostros en las paredes o sus nombres en las placas inaugurales. Políticos que creen que liderazgo es hablar fuerte, mandar obedeciendo sus caprichos o rodearse de aduladores. Los hemos visto trepar usando el trabajo de otros, firmar gestiones que no realizaron, inaugurar obras que no planearon. No conocen el terreno que pisan ni a la gente que representan, pero eso sí: saben en qué ángulo salir bien.

Fracasaron —y siguen fracasando— porque han confundido el poder con el reflector, el cargo con el aplauso, el deber con el beneficio. No trabajan en equipo porque temen que alguien más brille. No reconocen el mérito ajeno porque eso los haría sentir pequeños. No tienen idea de qué hacer con el poder porque nunca lo entendieron como responsabilidad, sino como privilegio. Lo advirtió Hannah Arendt: "El poder no es una propiedad individual. Existe solo mientras el pueblo lo concede." Pero ellos, en su ceguera, creen que es suyo por derecho divino o herencia partidista.

Podría mencionar a muchos que han fracasado de esa forma. Alcaldes que nunca supieron dónde quedaban las colonias que gobernaban. Diputados que jamás regresaron a sus distritos. Regidores cuya mayor hazaña fue asistir a sesiones para levantar la mano. Pero este espacio no merece ser manchado con nombres huecos. No quiero desgastar palabras en quienes no dejaron huella, solo sombra.

Prefiero hablar de los que no salen en la foto, como Víctor. De los que madrugan para abrir una casa de gestión sin presupuesto. De los que organizan comités vecinales, limpian un parque, defienden a una familia en desalojo, gestionan una beca. A ellos los políticos les piden "discreción", pero sin ellos no hay estructura, no hay partido, no hay victoria.

Es irónico: los que sostienen el andamiaje político son invisibles, y los que no han hecho nada son omnipresentes. En la historia de la política, siempre ha habido farsantes que se visten de estadistas y se creen indispensables. Pero el tiempo, que todo lo aclara, los va dejando solos en sus fotos, cada vez más descoloridas.

La verdadera política no se trata de figurar, sino de servir. No se trata de ascender, sino de trascender. Y en este país, tan lleno de oportunidades perdidas y liderazgos desperdiciados, urge que se escuche, de una vez por todas, a quienes sí están dispuestos a caminar con la gente, no sobre ella.

Porque los que salen en la foto, quizás deberían recordar que la historia no premia las poses, sino las acciones. Y que, tarde o temprano, las cámaras se apagan.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.