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#Baja California

Una política sin futuro

"La juventud no es una edad, es una rebelión contra el tiempo inmóvil.", Simone de Beauvoir

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

13/06/2025 11:02 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 13/06/2025

Hoy, en cambio de ritmo, comparto esta breve opinión: ¿dónde están los jóvenes? ¿Es apatía o desilusión lo que los aleja de participar?

Conversé con Enrique una tarde cualquiera en el café de la esquina, donde el vapor del espresso se mezcla con las conversaciones rotas y las esperanzas tibias. Tiene veintisiete años, los ojos encendidos por una esperanza endurecida por el desencanto, y una historia política que cabría en una hoja arrugada: pegó carteles, habló en mítines, creyó en el cambio. Pero se apartó. "Los que saben solo quieren estar", me dijo con un dejo de furia resignada. "Dicen saber, pero ¿qué saben realmente? Siempre los mismos, con otro color, con otra sonrisa, con los mismos vicios".

Lo escuché. No como analista ni como político, sino como ciudadano. Enrique no hablaba solo de sí mismo. Era la voz de una generación que observa, cada tres o seis años, la misma puesta en escena: actores reciclados con libretos nuevos, partidos que se mudan de nombre como de traje, colores que prometen renovación pero huelen a humedad. En las pasadas elecciones en Baja California, más del 70% de las candidaturas para diputaciones locales fueron ocupadas por personas que ya habían sido candidatas al menos una vez en el mismo o distinto partido, según datos del Instituto Estatal Electoral. El joven ve eso, y se aleja. No por indiferencia, sino por desilusión. ¿Cómo esperar un sitio en la mesa si la misma familia siempre se sienta primero?

Pierre Bourdieu decía que hay momentos históricos donde los más jóvenes empujan con tal fuerza a quienes ocupan el poder, que estos responden cerrando aún más las puertas. Las generaciones no colisionan solo por edad, sino por visión del mundo. Y en política, México lleva décadas con los cerrojos echados. La estructura partidista, dominada por una lógica adultocéntrica y jerárquica, ha sido impermeable a las ideas frescas. En los partidos, los jóvenes sirven más para la utilería que para el libreto. Según el INJUVE (2021), apenas el 10% de los integrantes activos en partidos políticos son menores de 30 años. Y de ese porcentaje, la mayoría ocupa cargos secundarios, sin acceso a decisiones reales.

Más aún: un estudio de 2024 del INE indica que solo el 3.3% de los jóvenes están afiliados a algún partido. ¿Es apatía? ¿O es lucidez? Como diría Ulrich Beck, no es que los jóvenes no participen, es que lo hacen de otra manera. Ya no creen en las rutas largas, en ascensos por méritos que no existen. No les interesa —con razón— ser el soldado obediente que un día, si tiene suerte, será síndico. Prefieren las protestas, las redes, la acción directa. No porque odien la política, sino porque desconfían profundamente de sus templos y sus sacerdotes.

A nivel global, el escenario no es distinto. La Unión Interparlamentaria señala que los menores de 30 años ocupan apenas el 1.9% de las curules en el mundo, a pesar de que representan una porción mucho mayor de la población votante. En América Latina, el promedio de edad de los diputados nacionales ronda los 48 años. En Chile, por ejemplo, tras la revuelta social de 2019, la Convención Constituyente fue una excepción: un tercio de sus miembros eran jóvenes menores de 35 años. Pero fue una anomalía. En el resto del continente, la política sigue siendo una gerontocracia disfrazada de democracia.

México, aunque introdujo reformas en 2023 para reducir la edad mínima para ser diputado (de 21 a 18 años) y secretario de Estado (de 30 a 25), no ha modificado su lógica de acceso al poder. Las estructuras clientelares siguen intactas, y las candidaturas se asignan por lealtad, no por méritos. Incluso en partidos autodenominados progresistas, los jóvenes siguen siendo decorado electoral.

Mientras tanto, la participación política se redefine fuera de los moldes institucionales. En las calles, en los movimientos feministas, en la lucha ambiental, en colectivos barriales y redes sociales. Según la Encuesta Nacional sobre Cultura Cívica (INEGI, 2022), más del 40% de los jóvenes entre 18 y 29 años ha participado en alguna forma de protesta o acción comunitaria, aunque menos del 20% confía en los partidos políticos. No es apatía: es una elección política consciente de rechazar lo viejo, de buscar formas nuevas de incidencia.

Enrique me preguntó qué necesita México. Y aunque la tentación es responder con una lista —educación cívica, reformas profundas, renovación de liderazgos—, lo cierto es que lo que necesitamos es honestidad. Admitir que la política mexicana excluye sistemáticamente a sus jóvenes, no solo por edad, sino por irreverencia. Porque en un sistema donde todo está pactado, quien llega con ideas nuevas es visto como amenaza.

Necesitamos también valentía. No de los jóvenes, que ya la tienen. Sino de los partidos, los dirigentes, los votantes adultos. Valentía para ceder espacios, para escuchar voces distintas, para permitir que la política no solo cambie de manos, sino de alma. En Finlandia, Sanna Marin asumió la jefatura del gobierno a los 34 años. En Nueva Zelanda, Jacinda Ardern lo hizo con 37. No fueron accidentes, sino apuestas conscientes de sus países por liderazgos renovados.

México podría hacer lo mismo. Pero no basta con abrir las puertas; hay que desmantelar los candados, reformar los partidos, repensar el sistema de representación, garantizar el financiamiento a candidaturas independientes jóvenes, establecer cuotas etarias, y educar políticamente desde la primaria. Si no lo hacemos, la juventud seguirá participando, pero fuera del sistema. Y entonces no habrá democracia que aguante tanta desafección.

Enrique no es un caso aislado. Es síntoma. Y también es esperanza. Porque, a pesar de todo, no ha dejado de preguntar. No ha dejado de creer que algo puede cambiar. Ojalá lo escuchemos antes de que sea demasiado tarde. Porque si la juventud se va, se va el futuro. Y con él, la posibilidad misma de una política viva, justa y verdaderamente democrática.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.