Columnas

#Baja California

La ausencia del sabio

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

16/05/2025 07:32 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 16/05/2025

La ausencia del sabio
(Columna de reflexión sobre la muerte de José "Pepe" Mujica)

Por Isidro Aguado Santacruz

"No es más libre el que tiene más, sino el que necesita menos para vivir y no traiciona su conciencia por poder o por dinero."—José Mujica

La muerte no siempre llega con estruendo. A veces se posa, serena y definitiva, sobre los hombros de los justos. Así partió José Mujica: sin alardes, sin ruido, como vivió. Dejó el mundo con la misma humildad con la que solía hablar desde su modesta chacra, acompañado de su compañera de toda la vida y de sus perros, bajo la sombra terrosa de los árboles, sin más protocolo que la verdad.

Fue un guerrillero, sí. Un preso político. Un hombre que conoció la oscuridad literal del aislamiento, pero también la luz filosófica de la esperanza. A Mujica lo torturaron, lo humillaron, lo quebraron... pero jamás lo vencieron. Cuando salió de prisión tras largos años de dictadura, eligió no la venganza, sino el servicio. No el rencor, sino la siembra.

Lo extraordinario de Mujica no fue solo su vida, sino su congruencia. Dijo que el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son en realidad. Y él, al obtener la presidencia de su país, mostró que la austeridad puede ser una forma de belleza y que la política, bien entendida, es un acto de amor. No acumuló riquezas. No fue devorado por las fauces del Estado. No confundió gobernar con enriquecerse ni el cargo con la soberbia. Vivió como pensaba, y por eso su figura, ahora ausente, se vuelve aún más inmensa.

Lo vi por primera vez a través de una pantalla. Su voz pausada, sus frases filosóficas, su rostro curtido por la intemperie de los años. Escucharlo era como oír a un Sócrates campesino, a un Cicerón de huaraches. En México también estuvo, y quienes lo oyeron salieron distintos. "Venimos al mundo a ser felices", dijo en una ocasión, "y nos complicamos la vida tratando de comprar lo que no necesitamos".

¿Cómo no conmoverse ante alguien así? ¿Cómo no sentir que nos falta algo o alguien cuando lo comparamos con nuestros dirigentes? En esta tierra nuestra, tan vasta como injusta, los políticos tocan las puertas del pueblo solo en campaña. Prometen redención, cambio, justicia. Y una vez instalados en el trono, lo primero que olvidan es a quien se los cedió. No los guía la vocación, sino la ambición. No sueñan con servir, sino con figurar. El poder no los desnuda, los corrompe.

¿Qué nos impide tener en México a un Mujica? ¿Por qué la congruencia parece una rareza? La respuesta es dolorosa: hemos confundido la política con el espectáculo, la gestión pública con el botín. Admiramos a los que gritan, no a los que piensan. Elegimos oropel, no ideas. En un país donde los representantes presumen estudios que no ejercen, y ejercen cargos que no comprenden, la figura del sabio se vuelve un anacronismo.

Mujica no terminó el bachillerato, pero entendía la vida como un poeta estoico. Hablaba de la existencia con la claridad de quien ha perdido todo y, aun así, sigue amando. Su discurso ante Naciones Unidas, su crítica lúcida al consumismo, sus reflexiones sobre la libertad y la pobreza, deberían ser leídos en nuestras escuelas, en nuestros congresos, en nuestras conciencias. Pero no lo son. Porque el ejemplo duele. Porque su presencia, aún hoy, incomoda a quienes viven del engaño.

Y mientras tanto, noticias oscuras envuelven nuestro presente. El reciente traslado de 17 familiares cercanos de Ovidio Guzmán a los Estados Unidos, entre ellos su madre, ejecutado con un sigilo que roza la complicidad, demuestra que la justicia mexicana ni ve, ni oye, ni actúa. El Estado mexicano se enteró de este movimiento gracias a la prensa, no a sus agencias de seguridad. La nación más poderosa del mundo negocia con criminales mientras la nuestra ensaya la sorpresa. ¿Qué mensaje se le da al pueblo que espera justicia? ¿Qué señal se envía al joven que aún cree en la ley?

La política, decía Aristóteles, es el arte de lo posible. Mujica la convirtió en el arte de lo decente. No era ingenuo. Sabía que el mundo es injusto, y que la esperanza a veces se escurre entre las manos. Pero no por ello dejó de sembrar. Su paso por la historia es una lección: se puede resistir sin odio, gobernar sin lujo, vivir sin rendirse.

El "Pepe" nos deja su ejemplo. Que no es poco. Su muerte no es solo una ausencia; es un espejo. ¿Qué estamos haciendo con nuestra democracia? ¿Qué clase de sociedad construimos cuando premiamos al que miente mejor, no al que sirve con honestidad? Tal vez su legado no se mide en votos ni en monumentos, sino en el estremecimiento que provoca al compararlo con nuestros políticos.

Que nadie lo olvide: el poder no es para engordar egos, sino para aliviar dolores. Y a quienes hoy ocupan el poder les haría bien escuchar, aunque sea una vez, las palabras de aquel viejo sabio que nos enseñó que vivir con poco puede ser vivir con todo.
Descansa en paz, José Mujica.
Tu ejemplo no muere. Tu legado apenas comienza.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.